(Viaje Austral III)
Las dos carabelas
En la primavera del año 1487 dos carabelas, al frente de las cuales iba el marino portugués Bartolomeu Dias, navegaban por orden de su rey, Juan II, en busca del mítico reino del Preste Juan.
Después de aprovisionarse en Costa del Oro,en la actual Ghana, y recorrer la costa angoleña, una desesperante CALMA las mantenía paralizadas en las cercanías del Trópico de Capricornio.
El Sol paseaba sus áureos rayos sobre las placidas aguas del mar, antes de ocultarse por occidente. Por el sureste, en el lejano horizonte, se levantaban unos negros nubarrones, avistados celosamente por el vigía desde su cofa.
Una ligera brisa fue el preludio de la enorme tempestad que se desencadenó posteriormente y que, azotaría las naves durante toda la noche. Al amanecer del siguiente día, la tormenta había cejado en su fuerza destructora pero, para pesar de los navegantes, una espesa niebla envolvía las naos y los hombres. Tan densa era ésta que era mas fácil localizarse por la voz que con la vista. Sin saberlo estos marineros estaban atrapados por uno de los grandes fenómenos que caracteriza a la que mas tarde sería conocida como «Costa de los Esqueletos».
Solo la pericia y destreza del gran navegante, y la abnegación de la intrépida marinería, serian capaces de sacar las naves de la mortal ratonera en la que se encontraban.
Solo la pericia y destreza del gran navegante, y la abnegación de la intrépida marinería, serian capaces de sacar las naves de la mortal ratonera en la que se encontraban. Como consecuencia de ellas, el 8 de diciembre de 1487 arribaban a lo que ellos llamaron; «Golfo de Santa María de la Concepción» y que hoy se conoce como,Walvis Bay (Bahía de las Ballenas). El punto más al sur, cartografiado por el hombre, hasta aquellos días.
A este lugar llegamos nosotros cinco siglos mas tarde, al atardecer de un soleado día de enero, después de haber estado perdidos, durante horas, por los pedregosos valles del desierto de Namib.
Todo empezó al amanecer en el oasis de Sossusvlei cuando, a la hora de ponernos en marcha, hacia nos planteamos la cuestión de hacer la etapa por rutas señalizadas, o bien a través del desierto. solo con la ayuda de la brújula. Hubo votación y, aunque por escaso margen, venció el grupo de los osados. Que sea la opinión de cada lector la que nos ubique en el bando de los perdedores o ganadores.
Para que la maldita Ley de Murphy se cumpliera, sucedió lo que no debería haber sucedido. ¡La brújula falló cuando debía fallar!.
Por fin, después de vueltas y revueltas, vadeamos el río Kuiseb y llegamos a Gobabeb. Desde allí, después de unos minutos de relax, tomamos la D1983 que, felizmente, nos condujo a Walvis Bay.
Pocos atractivos (como no sea para las ballenas, debido a su rico plancton y profundas aguas) encierra esta ciudad de unos 90.000 habitantes, a pesar de lo codiciada que ha sido por las diferentes potencias colonizadoras.
La isla de los pájaros
Desde la B-2, carretera que une los 35 kilómetros que separan Welvis Bay de Swakapmund, lugar a donde nos dirigimos, se puede ver la famosa «Isla de los Pájaros». Dicha «isla» no es otra cosa que una plataforma de madera, construida -tres metros por encima del mar, en 1930, por el alemán Afolf Winter- con fines comerciales. Lo que al principio fueron cuatro metros cuadrados, se han convertido en 20.000. En la «isla» anidan y defecan las aves marinas (sobre todo cormoranes). Los detritos de estas aves (guano) es comercializado por el hombre a razón de 250 a 300 € la tonelada. Si tenemos en cuenta que las dichosas aves son capaces de excretar sobre la «islita» hasta 700 toneladas al año, veremos que Herr Winter era un hombre con visión de futuro.
Swakopmund , a pesar de ser la mitad de grande que Walvis Bay se nos antoja mucho mas atractiva que aquella. Tal vez debido a que después de tantos días de «inglés», a medio entender, por fin podemos disfrutar conversando en alemán con sus residentes.
Su gente ha desarrollado una dinámica industria turística, sobre todo en lo relacionado con el turismo activo, tanto en el mar como en el desierto.
Los alemanes la fundaron en 1892, como puerto marítimo para contrarrestar el poder estratégico que tenía Walvis, bajo dominio británico en aquellos días. Sus edificios lucen una arquitectura germano-colonial que vista en estas latitudes resulta un tanto llamativa, a la vez que exótica.
Mientras el resto del grupo permanecía en el camping montando las tiendas y preparando la cena, nosotros nos fuimos a la ciudad a saborear un suculento «Zigeunerschnitzel» y a dormir placenteramente en el ATLANTA HOTEL.
Si cerrase los ojos, pensaría que estaba en España, detrás de la loma de una Cañada Real, al otro de la cual pastaba un enorme rebaño de ovejas recién paridas. Tal es la semejanza -a la hora de llamar a sus crías- entre el balido de nuestros ovinos y el sonido emitido por las hembras de los lobos marinos.
En realidad lo que tenemos ante nosotros es la mayor colonia (hay quien dice que en época de máxima afluencia puede llegar a haber miles de ejemplares) de lobos marinos que existe en las costas africanas. Cape Cross, lugar donde está la colonia, se haya a 120 kilómetros al norte de Swakopmund, y a 110 kilómetros al sur del río Ugab que es donde se encuentra la entrada al Parque Nacional de la Costa de los Esqueletos.
…y mi inquieto espiritu de trotamundos se marcó el objetivo de pisar estas arenas, sentir su soledad y saborear sus silencios.
Alguna vez, leí en alguna parte: «Envuelta en la niebla del mar, azotada por las frías olas del Atlántico, bañada por un sol abrazador y cicatrizada por un viento arenoso, La Costa de los Esqueletos alberga los restos de barcos naufragados desde hace siglos», y mi inquieto espíritu de trotamundos se marcó el objetivo de pisar estas arenas, sentir su soledad y saborear sus silencios.
Bien es verdad que no ha sido mucho el trayecto recorrido, ni el tiempo dedicado, a tan sugestivo lugar pero, me consuela el saber que otros, tal vez con mas deseos y derechos que yo, nunca pudieron cumplir, ni siquiera lo, por mí alcanzado. Por otra parte, considero que en los viajes debemos dejar siempre lugares por visitar, con los que poder justificar el retorno a los mismos. Es posible que nunca volvamos pero… ¡Cuan hermoso es tener metas que alcanzar y sueños por cumplir!.
Esta enigmática costa se convirtió, desde la Edad Media hasta finales del siglo XIX, en centinela del Atlántico Sur. Se erigió en el cancerbero que trataba de impedir (en nuestra época le hubiese sido imposible debido a los medios técnicos con que cuenta la actual navegación) que los íberos navegantes -buscadores de nuevas rutas con oriente, y mensajeros entre el nuevo y viejo mundo- consiguieran sus objetivos.
La combinación de las frías aguas de la corriente de Benguela con los tórridos vientos del desierto de Namib, originan esas espesas nieblas que sorprendían a los navíos, empujándolos hacia los tentáculos (bancos de arena) que el viento del desierto había proyectado, previamente, mar a dentro. En estos bancos encallaban y quedaban varados los barcos, sin posibilidad de escapar de ellos, ya que un tercer elemento se lo impedían. Las mareas.
Las tripulaciones buscaban su salvación en la costa, pero en esta arenas solo encontraban desolación y muerte, sumando sus esqueletos a los de naufragios anteriores.
Los barcos convertidos en elementos inertes e ingobernables, iban siendo empujados, por las mareas, hacia tierra firme, hasta quedar convertidos en pecios. Engullidos , a través de los años y los siglos por las insaciables arenas del desierto.
Así se forjó la leyenda de esta tierra, portadora del macabro nombre que la ha hecho temida y añorada: LA COSTA DE LOS ESQUELETOS.
Paco Vidal