La Costa de los esqueletos

                                                                                           (Viaje Austral III)

Las dos carabelas

En la primavera del año 1487 dos carabelas, al frente de las cuales iba el marino portugués Bartolomeu Dias, navegaban por orden de su rey, Juan II, en busca del mítico reino del Preste Juan.

Después de aprovisionarse en Costa del Oro,en la actual Ghana, y recorrer la costa angoleña, una desesperante CALMA las mantenía paralizadas en las cercanías del Trópico de Capricornio.

El Sol paseaba sus áureos rayos sobre las placidas aguas del mar, antes de ocultarse por occidente. Por el sureste, en el lejano horizonte, se levantaban unos negros nubarrones, avistados celosamente por el vigía desde su cofa.

Tormentisima
Tempestad en la mar.

Una ligera brisa fue el preludio de la enorme tempestad que se desencadenó posteriormente y que, azotaría las naves durante toda la noche. Al amanecer del siguiente día, la tormenta había cejado en su fuerza destructora pero, para pesar de los navegantes, una espesa niebla envolvía las naos y los hombres. Tan densa era ésta que era mas fácil localizarse por la voz que con la vista. Sin saberlo estos marineros estaban atrapados por uno de los grandes fenómenos que caracteriza a la que mas tarde sería conocida como «Costa de los Esqueletos».

 

Solo la pericia y destreza del gran navegante, y la abnegación de la intrépida marinería, serian capaces de sacar las naves de la mortal ratonera en la que se encontraban.

Solo la pericia y destreza del gran navegante, y la abnegación de la intrépida marinería, serian  capaces de sacar las naves de la mortal ratonera en la que se encontraban. Como consecuencia de ellas, el 8 de diciembre de 1487 arribaban a lo que ellos llamaron; «Golfo de Santa María de la Concepción»  y que hoy se conoce como,Walvis Bay (Bahía de las Ballenas). El punto más al sur, cartografiado por el hombre, hasta aquellos días.

V.A. Costa de los esqueletos Walvis Bay
Walvis Bay (Bahía de las ballenas)

A este lugar llegamos nosotros cinco siglos mas tarde, al atardecer de un soleado día de enero, después de haber estado perdidos, durante horas, por los pedregosos valles del desierto de Namib.

Todo empezó  al amanecer en el oasis de Sossusvlei cuando, a la hora de ponernos en marcha, hacia  nos planteamos la cuestión de hacer la etapa por rutas señalizadas, o bien a través del desierto. solo con la ayuda de la brújula. Hubo votación y, aunque por escaso margen, venció el grupo de los osados. Que sea la opinión de cada lector la que nos ubique en el bando de los perdedores o ganadores.

V.A. Costa de los esqueletos perdidos (FILEminimizer)
¡Perdidos en el Namib!

Para que la maldita Ley de Murphy se cumpliera, sucedió lo que no debería  haber sucedido. ¡La brújula falló cuando debía fallar!.  

 

 

olas de arena
Océano de arena.

Por fin, después de vueltas y revueltas, vadeamos el río Kuiseb y llegamos a Gobabeb. Desde allí, después de unos minutos de relax, tomamos la D1983 que, felizmente, nos condujo a Walvis Bay.

Pocos atractivos (como no sea para las ballenas, debido a su rico plancton y profundas aguas)  encierra esta ciudad de unos 90.000 habitantes, a pesar de lo codiciada que ha sido por las diferentes potencias colonizadoras.

La isla de los pájaros

Desde la B-2, carretera que une los 35 kilómetros que separan Welvis Bay de Swakapmund, lugar a donde nos dirigimos, se puede ver la famosa «Isla de los Pájaros».  Dicha «isla»  no es otra cosa que una plataforma de madera, construida  -tres metros por encima del mar, en 1930, por el alemán Afolf Winter-  con fines comerciales.  Lo que al principio fueron cuatro metros cuadrados, se han convertido en 20.000. En la «isla» anidan y defecan las aves marinas (sobre todo cormoranes).  Los detritos de estas aves (guano) es comercializado por el hombre a razón de 250 a 300 € la tonelada. Si tenemos en cuenta que las dichosas aves son capaces de excretar sobre la «islita» hasta 700 toneladas al año, veremos que Herr Winter era un hombre con visión de futuro.

V.A. Swacopmund, adaptación al desierto (FILEminimizer)
Solución contra el desierto.

Swakopmund , a pesar de ser la mitad de grande  que Walvis Bay  se nos antoja mucho mas atractiva que aquella. Tal vez debido a que después de tantos días de «inglés», a medio entender, por fin podemos disfrutar conversando en alemán con sus residentes.

Su gente ha desarrollado una dinámica industria turística, sobre todo en lo relacionado con el turismo activo, tanto en el mar como en el desierto.

Los alemanes la fundaron en 1892, como puerto marítimo para contrarrestar el poder estratégico que tenía Walvis, bajo dominio británico en aquellos días. Sus edificios lucen una arquitectura germano-colonial que vista en estas latitudes resulta un tanto llamativa, a la vez que exótica.

Mientras el resto del grupo permanecía en el camping montando las tiendas y preparando la cena, nosotros nos fuimos a la ciudad a saborear un suculento «Zigeunerschnitzel»  y a dormir placenteramente en el ATLANTA HOTEL.

V.A. Swacopmund, Atlanta Hotel
Atlanta Hotel en Swakopmund

 

Si cerrase los ojos, pensaría que estaba en España, detrás de la loma de una Cañada Real, al otro de la cual pastaba un enorme rebaño de ovejas recién paridas. Tal es la semejanza  -a la hora de llamar a sus crías-  entre el balido de nuestros ovinos y el sonido emitido por las hembras de los lobos marinos.

V.A. Costa de los esqueletos. Leones marinos
Leones marinos en Cape Cross.

En realidad lo que tenemos ante nosotros es la mayor colonia (hay quien dice que en época de máxima afluencia  puede llegar a haber  miles de ejemplares) de lobos marinos que existe en las costas africanas. Cape Cross, lugar donde está la colonia, se haya a 120 kilómetros al norte de Swakopmund, y a 110 kilómetros al sur del río Ugab que es donde se encuentra la entrada al         Parque Nacional de la Costa de los Esqueletos.

…y mi inquieto espiritu de trotamundos se marcó el objetivo de pisar estas arenas, sentir su soledad y saborear sus silencios.

V.A. Csta de los esqueletos, solo ante el peligro (FILEminimizer)
Pisar estas arenas y sentir su soledad.

Alguna vez, leí en alguna parte:  «Envuelta en la niebla del mar, azotada por las frías olas del Atlántico, bañada por un sol abrazador y cicatrizada por un viento arenoso, La Costa de los Esqueletos alberga los restos de barcos naufragados desde hace siglos», y mi inquieto espíritu de trotamundos se marcó el objetivo de pisar estas arenas, sentir su soledad y saborear sus silencios.

Bien es verdad que no ha sido mucho el trayecto recorrido, ni el tiempo dedicado, a tan sugestivo lugar pero, me consuela el saber que otros, tal vez con mas deseos y derechos que yo, nunca pudieron cumplir, ni siquiera lo, por mí alcanzado. Por otra parte, considero que en los viajes debemos dejar siempre lugares por visitar, con los que poder justificar el retorno a los mismos. Es posible que nunca volvamos pero… ¡Cuan hermoso es tener metas que alcanzar y sueños por cumplir!.

Esta enigmática costa se convirtió, desde la Edad Media hasta finales del siglo XIX, en centinela del Atlántico Sur. Se erigió en el cancerbero que trataba de impedir (en nuestra época le hubiese sido imposible debido a los medios técnicos con que cuenta la actual navegación) que los íberos navegantes  -buscadores de nuevas rutas con oriente, y mensajeros entre el nuevo y viejo mundo-  consiguieran sus objetivos.

La combinación de las frías aguas de la corriente de Benguela con los tórridos vientos del desierto de Namib, originan esas espesas nieblas que sorprendían a los navíos, empujándolos hacia los tentáculos (bancos de arena) que el viento del desierto había proyectado, previamente, mar a dentro. En estos bancos encallaban y quedaban varados los barcos, sin posibilidad de escapar de ellos, ya que un tercer elemento se lo impedían. Las mareas.

V.A. Costa de los esqueletos pecios (FILEminimizer)
Pecios.

Las tripulaciones buscaban su salvación en la costa, pero en esta arenas solo encontraban desolación y muerte, sumando sus esqueletos a los de naufragios  anteriores.

Los barcos convertidos en elementos inertes e ingobernables, iban siendo empujados, por las mareas, hacia tierra firme, hasta quedar convertidos en pecios. Engullidos , a través de los años y los siglos por las insaciables arenas del desierto.

Así se forjó la leyenda de esta tierra, portadora del macabro nombre que la ha hecho temida y añorada: LA COSTA DE LOS ESQUELETOS.

Paco Vidal

 

 

 

ETOSHA NATIONAL PARK

                                                                                             (Viaje Austral IV)

No bajar del vehículo bajo ningún concepto

El Etosha National Park, con una extensión de 22.000 Kms/2,  está situado al norte de Namibia. Su superficie es tan grande como las provincias de Málaga y Almería juntas. Fue declarado Parque Natural en 1.907 por Von Lindekist, a la sazón Gobernador alemán de la entonces colonia germana.

Mapa E.N.P.
Mapa del Parque Nacional Etosha

En aquellos días el parque era mas grande que toda Andalucía, ya que contaba con 90.000 klms./2. Pero después de sucesivas modificaciones, el mismo ha quedado enmarcado en el área que ocupa actualmente.

El núcleo del mismo está compuesto por una laguna, seca la mayoría del tiempo, de 5.000 klms/2 de superficie, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos.   La temperatura en los meses de octubre a febrero, verano austral, se mueve alrededor de los 38 grados centígrados.

V.A. E.Park, Manpostas (FILEminimizer)
Grupo de suricatas y su madriguera.

Es este uno de los parques naturales mas grandes de África. permitiendo ademas, debido a lo poca accidentado de su geografía, una buena observación de su rica fauna. Posee el mismo dos puertas principales por las que acceder  a él, ya que se encuentra aislado del exterior por una valla de 2.5 metros de altura que rodea todo su perímetro.

Ubicados en zonas bien visibles existen unos rótulos donde se anuncia que dichas puertas se abren y cierran con la salida y puesta del Sol.

En el interior del parque han construido las autoridades medioambientales namíbias tres zonas protegidas, valladas, a su vez, con una alambrada idéntica a la que enmarca el parque. Los horarios que regulan los acceso a estos campamentos, como sucede con los de acceso al parque, no están determinados por ningún cronometro. Ubicados en zonas bien visibles existen unos rótulos donde se anuncia que dichas puertas se abren y cierran con la salida y puesta del Sol. Después de ocultarse éste, las puertas se cierran y nadie puede entrar o salir del parque, o recintos acotados,  situados en el interior del mismo.

V.A. E.Park, Elefantes (FILEminimizer)
Elefantes en la charca.

Durante el día los visitantes pueden moverse libremente  -ya sea en vehículo propio, o formando parte de algún safari organizado-   por las innumerables pistas que cruzan éste inmenso territorio. La única restricción (debe cumplirse a rajatabla) es: No salir del vehículo bajo ningún concepto. Esta libertad de movimiento nos permite observar todo tipo de animales salvajes en su habita natural.

Nosotros entramos con nuestro camión por la Puerta de Anderson y, desde el primer momento empezamos a ver manadas o rebaños de cebras, antílopes, ñus, etc. Sobre las dos de la tarde nos encontrábamos montando  nuestras tiendas en el campamento de Okakuejo, donde nos preparamos un apetitoso asado compuesto con carne de fauna local.

Por la noche estuvimos observando los animales acercarse a beber a las charcas construidas para tal fin.

Por la noche estuvimos observando los animales acercarse a beber a las charcas «waterlouk», que tan estratégicamente ha construido la administración del parque para tal fin.

Los «Daytours»

Después del desayuno salimos de Okakuejo  buscando los rincones mas alejados de las concurridas pistas, ya que estas se encuentran saturadas por los «Daytours»  que vienen desde Windhouk y por falta de tiempo, solo pueden dedicarse al clásico Safari  fotográfico. Nuestro vehículo 4X4 y nuestro tipo de viaje nos permite, por el contrario, una observación mas cercana y real de esta fauna, conocida por nosotros solo por los documentales de TV o los zoos.

V.A. E.Park, jirafa (FILEminimizer)
Solo 7 vertebras, para tan largo cuello.

Coincidiendo con la puesta del Sol llegamos a Halali, otro de los campamentos situados dentro del parque. Esta vez montamos las tiendas junto a la alambrada que nos protege de esa fauna libre y salvaje que se mueve por la inmensa llanura que nos rodea.

Sentados alrededor de la fogata, la cual prolonga nuestras sombras hacia el impenetrable vacío reinante a la otra parte de la empalizada, los componentes del grupo comentamos  -sabiéndonos observados por infinidad de ojos, ocultos en la obscuridad de esta maravillosa noche africana-  las incidencias y anécdotas del día.

V.A. E.Park, Cebras (FILEminimizer)
Piara de cebras. Todas diferentes.

El cansancio va haciendo mella en nosotros y, unos antes otros después, todos terminamos por retirarnos a nuestras tiendas, donde el cansancio y las emociones vividas nos hacen caer, a pesar de la incomodidad de la cama y la dureza del suelo, en un profundo sueño.

Del mismo me saca un tremendo alarido, quizás graznido. Ya despierto, oigo otro idéntico al anterior. Un escalofrío recorre mi cuerpo, inmovilizándome e impidiéndome correr la cremallera de la tienda para ver de donde viene semejante bramido. Entonces, compruebo que mi compañera se mueve dentro del saco de dormir. Le pregunto si ha oído, a lo que responde afirmativamente, con voz apenas perceptible. Miro el reloj, sus manecillas marcan las tres de la madrugada. Mi mujer me extiende su mano, yo la aprieto con fuerza, nada decimos. Fuera, el embarazoso silencio es roto de nuevo. Esta vez por el canto de una rapaz, que en esta ocasión resulta francamente agradable a nuestros oídos.

Nadie hace ningún comentario, pero en el ánimo de todos está el ver, siquiera con los prismáticos, al gran SIMBA.

En el trópico amanece pronto, a las seis de la mañana, después de levantar el campamento, nos ponemos en movimiento en busca de nuestra pieza mas escurridiza.Nadie hace ningún comentario, pero en el ánimo de todos está el ver, siquiera con los prismáticos, al gran SIMBA.

V.A. E.Park, Elefante (FILEminimizer)
Hermoso ejemplar.

Nos deslizamos por la margen derecha de la gran laguna, nadie dice nada, el silencio es roto, solo por el ralentí del motor del camión al deslizarse lentamente por la pista de graba. La noche antes ha llovido sobre esta zona del parque. Los pastos están húmedos y, grandes manadas de ñús, cebras y antílopes pastan plácidamente en la inmensa pradera. A nuestra izquierda, alguien distingue un hermoso ejemplar de elefante que se encuentra arrancando a tiras la corteza de una acacia. Nos salimos de la pista para observarlo mejor, pero tanto nos acercamos a él que éste, enfadado, da un gran bufido…retrocede unos pasos y se planta, dirigiendo su desafiante figura hacia nosotros. Como quiera que nuestra intención no es molestarle (y además no conocemos sus intenciones, ni deseamos medir sus fuerzas) damos media vuelta y nos alejamos de él.

Simba, el depredador

A cierta distancia se distingue un enorme termitero, y cerca de él, semi ocultos por unos arbustos, unos bultos que se mueven. Nos acercamos, todo lo sigilosos que podemos y, efectivamente, a no más de 50 metros de nosotros hay una familia completa del rey de los depredadores.

V.A. E.Park, Coyote con leones (FILEminimizer)
Chacales esperando el festin.

La pareja y tres cachorros están devorando un ñú  -cazado probablemente la noche anterior-  mientras gran cantidad de chacales merodean por los alrededores a la espera de que los propietarios del festín sacien su hambre.

La escena que presenciamos es muy común en los documentales que nos ofrece la National Geografie, pero como sucede con tantas otras cosas, es muy distinto verlo desde el sofá de casa que hacerlo en directo.

Los padres, ya ahítos, yacen tumbados, cuan largos son, y observan a sus cachorros dar cuenta de los restos de su victima, además de cuidar que no se acerque ningún carroñero. Pasado un tiempo el macho se levanta, se mueve perezosamente de un lado para otro y finalmente, se dirige directamente hacia nosotros.

V.A. E.N.P. Patriarca en charca (FILEminimizer)
El patriarca en la charca.

Se detiene en una charca existente a unos diez metros de nuestro camión, bebe durante unos minutos, y sin dignarse mirarnos se pierde entre los matorrales que hay a nuestra derecha. Poco después es la madre la que, seguida de sus tres cachorros, sigue la estela que, minutos antes, había marcado el patriarca. Los chacales, una vez desaparecidos los leones, acuden en manada a terminar los restos del banquete dejado por sus hermanos mayores.

V.A. E.Park, Simba se marcha (FILEminimizer)
Después de comer y beber…la siesta.

 

En Etosha el ciclo de la vida sigue su curso y nosotros, satisfechos en nuestro ego, decidimos avanzar en nuestro viaje, rumbo a otro de los paraísos naturales de África: EL DELTA DEL OKAVANGO.

 

Paco Vidal

 

 

DESCONOCIDO OKAVANGO

                                    (Viaje Austral V)

Caminos polvorientos

Rundu, ciudad a la que llegamos sobre las tres de la tarde, está situada a orillas del río Cubango. El cauce de este río sirve de frontera -natural y política- con la vecina Angola, durante gran parte de su recorrido.

 Sucia y populosa, Rundu responde al estereotipo que en Europa tenemos formado de las ciudades africanas. Ningún paralelismo podemos establecer entre esta y cualquiera de las ciudades  en las que hemos estado anteriormente en este viaje.

Las únicas calles asfaltadas, aunque completamente llenas de baches, son las dos principales que cruzan la ciudad de norte a sur y de este a oeste, siendo las restantes polvorientos caminos, llenos de basura maloliente.

En contraste con lo anteriormente dicho, se aprecian gran cantidad de supermercados, repletos de mercancías y gente que  las compran. Los comercios están equipados con aire acondicionado y su aspecto -sobre todos los de ropa y electrodomésticos – se encuentran limpios y ordenados como los de cualquiera de nuestras ciudades.

La población, en la que apenas se ven ancianos, está compuesta por gran cantidad de etnias diferentes. Sobre las que destacan los jóvenes. Esbeltos y de gran belleza, tanto hombres como mujeres.

La indumentaria que portan es de lo mas variopinta, viéndose desde los mas harapientos y lleno de mugre, hasta trajes limpios y elegantes aunque un poco desfasados, con relación a nuestros estándares.

Durante el trayecto desde Etosha hasta Rundu nuestro camión transita por polvorientas carreteras que se abren paso entre bosquecillos de arbustos, salpicados de vez en cuando, por algún que otro árbol propiamente dicho. La geografía está salpicada de pequeñas aldeas de cabañas circulares de adobe y techos cónicos de paja. Ninguna de las mencionadas viviendas llega a los cuatro metros de diámetro.

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viviendas

Estos núcleos habitados están compuestos por  diez o quince cabañas, rodeadas por una empalizada de troncos, con un gran árbol, dentro o fuera del recinto. Este árbol hace las funciones de «plaza del pueblo». A su sombra se sientan sobre el arenoso suelo gran cantidad de personas, sobre todo mujeres, rodeadas de numerosa prole.

Estos núcleos siempre están ubicados en un claro del bosque, talado hasta la última rama, excepto el árbol al cual nos referíamos anteriormente.

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niños jugando

Al borde de las carreteras, nos saludan, a nuestro paso, gran cantidad de niños con suaves gestos de sus pequeñas y sucias manitas. Siempre con una sonrisa en los labios y moviéndose al ritmo de no se sabe que música oculta. ¿Tan desarrollado está el sentido musical de esta gente que hasta en el desagradable ruido del motor de un camión encuentran ellos un acorde al son del cual bailar?.

Con negros nubarrones en el horizonte y el sol ocultándose tras unas lejanas colinas, instalamos nuestro campamento a orillas del río Okavango. En las tranquilas aguas del río se reflejan las tierras angoleñas de la otra orilla, mientras por el centro del cauce se desliza una canoa, empujada por un muchacho negro que rema perezosamente.

Al amanecer del nuevo día nos ponemos en movimiento hacia la vecina Boswana. Poco antes de llegar a la frontera de dicho país – como si nos quisieran  avisar de la proximidad de la misma- una manada de monos – compuesta por cincuenta o sesenta individuos- tiene invadida la calzada. Al acercarnos se apartan cansinamente, trepando a los árboles mas cercanos desde donde nos contemplan, no se si con curiosidad o hastío.

Los tramites fronterizos – al igual que en la frontera entre Suráfrica y Namibia– son puramente rutinarios, sin el más mínimo contratiempo o inconveniente.

En Gumara, ciudad destartalada, sucia y polvorienta, nos espera un camión, de aspecto militar y tracción total, al que trasladamos todos nuestros enseres.

Mientras efectuamos nuestro trabajo, un enjambre de niños observa desde cerca nuestros movimientos. Con los mismos compartimos comida y chucherias, las cuales no fueron solicitadas por ellos en ningún momento. Mostrándose, no obstante, muy agradecidos cuando se las ofrecimos.

Humedas tierras

Desde Gumara nos adentramos por pantanosas tierras hacia el interior del mayor delta del mundo en tierra firme, el Delta del Okavango. Este río nace en  la meseta de Bié en tierras congoleñas y desaparece en el desierto de Kalajari, formando este inmenso delta de unos 20.000 Km. cuadrados sin haberse asomado a ningún mar.

Después de, aproximadamente, una hora de viaje, llegamos a un lugar paradisiaco, a orillas de uno de los innumerables brazos con que cuenta aquí el Okavango. Cargados con todas nuestras pertenencias, nos embarcamos en una lancha fuerabordas y empezamos a deslizarnos por las tranquilas aguas deleitándonos con la exuberante flora y la rica fauna de este indescriptible lugar.

Tan pronto navegábamos  por estrechos canales naturales, cuya intrincada vegetación casi nos impedía el paso, como de repente, desembocábamos en espacios abiertos, en cuyas orillas anidan las innumerables aves que habitan estos parajes.

Durante este continuo zig-zag  fuimos a parar a una laguna donde donde chapotea un grupo de enormes hipopótamos. El guía detiene los motores y deja que las aguas mezan suavemente nuestra embarcación, mientras la suave corriente nos acerca hasta unos metros de distancia de los impresionantes mamíferos. Estos, en lugar de asustarse, curiosos se acercan a nosotros, con continuas zambullidas, mientras expulsan hacia arriba grandes surtidores de agua.

Mientras, en las orillas -semiocultos por la tupida red de plantas acuáticas – se deslizan sigilosamente  hacia el interior de la alguna, enormes cocodrilos, de los que solo alcanzamos a ver sus terribles espinazos.

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mantener la distancia

Antes que se acerquen demasiado, nuestro guía palmotea con sus manos sobre el metal de la lacha y, poniendo los motores en marcha, nos alejamos por uno de los brazos que vierte sus aguas a la laguna. En nosotros queda la sensación de haber vivido uno de esos momentos que después recordaremos durante largo, larguísimo tiempo.

Desde el lugar donde montamos nuestro campamento, abrigado por enormes árboles con el fin de protegernos de las manadas de elefantes que se pasean por el bosque durante la noche, puede contemplarse un atardecer de los que alimentaron nuestros sueños viendo películas como: «Memorias de Africa».

Las aves surcan el cielo, rápida o perezosamente, según su tamaño o especie. Mientras, nuestro campamento va quedando envuelto en una obscuridad absoluta, solo iluminado por las llamas del fuego encendido en el centro del mismo.

Los múltiples, estridentes y a veces espeluznantes «ruidos» nocturnos de la selva africana no son los mejores compañeros para conciliar el sueño, (sobre todo si toda tu protección consiste en una simple tienda de campaña). Pero al fin el cansancio puede mas que todas las emociones.

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nuestra vivienda en Africa

Con el crepitar del fuego, mantenido encendido durante toda la noche, por razones obvias, me despierto cuando las últimas estrellas dejan de brillar en el firmamento y las gotas de rocío capturan las primeras luces del amanecer. Salgo de mi tienda, y con la cámara en ristre voy a salir al lindero del bosque, cuando uno de los componentes del grupo de nativos que nos acompaña – en un rudimentario ingles- me advierte que no me aleje demasiado del campamento.

El significado de estos consejos los entiendo  cuando al alejarme 150 ó 200 metros del lugar donde están instaladas nuestras tiendas, descubro unas huellas de elefantes ( cuyos diámetros no serian inferiores a 25 ó 30 centímetros ) acompañadas de los excrementos dejados allí durante la noche por el paquidérmico animal. No solo entendí el significado de las palabras, sino que un escalofrío recorrió mi espinazo, cuando al salir, algo más tarde, a recorrer los alrededores acompañados por el guía, éste nos mostró las huellas dejadas durante la noche por una familia de leopardos que había estado merodeando nuestro campamento, mientras nosotros dormíamos.

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Veinticinco centímetros de huella

 

Con frecuencia -a lo largo de nuestro viaje- hemos olvidado que nos encontrábamos en el corazón del África negra, donde convivir con esta fauna es tan común como hacerlo en nuestro entorno con nuestros animales domésticos.

La jornada la comenzamos recorriendo diferentes parajes en Mokoro, el único medio que conoce ésta gente desde tiempos ancestrales, para desplazarse por las poco profundas aguas de éste extenso pantanal que forma el Delta del Ocavango;  Una Mokoro que no es otra cosa que una canoa de cinco a siete metros de longitud, hecha con el tronco de un árbol al vaciarlo. Estas rudimentarias embarcaciones son utilizadas en todo el delta, para el transporte de personas y/o mercancías, mientras el conductor – de pies sobre ellas – las desplazan apoyando una pértiga – de 2 a 3 metros de larga – sobre el arenoso lecho.

En este deambular a bordo de las Mokoros nos acercamos a la aldea de los remeros, perdida en alguna de los innumerables  islas o islotes que componen el delta. La aldea es un conjunto de veinte o veinticinco chozas circulares de unos cinco metros de diámetro, en cuyo habitáculo pernocta toda la familia, sin división alguna que separe a padres de hijos o hermanas de hermanos.

Durante el día todo se hace en el exterior, no empleo el termino «en la calle» ya que  calles  no existen. En el exterior se vive, se tejen cestos, se cocina, se come, se arregla la ropa o se espulga a los niños.

Cerca de cada choza existe un rectángulo de, aproximadamente, un metro de ancho por metro y medio de largo  -construido de cañas- con un agujero en el suelo donde se depositan las heces.

No hay electricidad, ni agua corriente, ni la mas elemental señal de higiene o urbanismo, no hay nada de nada. Solo los habitáculos circulares diferencian a estos seres de los animales que les rodean.

Ante el abismo que separa nuestra forma de vivir de la de estos pueblos, los interrogantes y las dudas asaltan mi mente y mi espíritu. Miles de preguntas surgen ante mí. Preguntas, dudas, e interrogantes para las que no tengo respuestas.

Horas mas tardes, cuando de sus primitivas Mokoros nos trasladamos a las lanchas fuerabordas que nos devolverán a nuestra civilización, una profunda congoja y una fuerte angustia se apoderan de mí; al ver como esta gente, con la que hemos convivido los últimos días, agitan sus brazos en señal de despedida. Unos desde el barrizal de la orilla, otros de pies en sus primitivas canoas. La mayoría apoyados en sus pértigas con la mirada perdida, no se sabe donde, y una sonrisa indefinida en sus labios.

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Pantanoso Okavango
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Hipopótamos en la bañera

 

 

Nosotros volvemos a nuestro mundo lleno de lujos, hipocresías y banalidades, ellos al suyo; sobrio, primitivo y falto de todo. A mis labios aflora la pregunta; ¿Hasta cuando?

                                                                                                                             Paco Vidal

LA HUMAREDA QUE RUGE

                                                                                           (Viaje Austral VI)

Terminar con el furtivo

Abandonamos el Delta del Okavango, pero permanecemos en Boswana. En una de las zonas mas africanas de África. Uno de los lugares que más impresión nos ha causado de nuestras correrías por los caminos de ésta, nuestra maltrecha y maltratada tierra. Tal vez por ser uno de los sitios dónde más hemos convivido con su gente y dónde más aislados del mundo exterior hemos estado.

Aún hoy, a pesar del tiempo transcurrido, cuando en mi cómodo y confortable entorno, pretendo dar forma al último de los trabajos de este viaje por el continente africano, aparecen ante mí los gestos de sus gentes , y la salvaje y sobrecogedora belleza de su entorno.

V.A. Cataratas, Ambos en camión (FILEminimizer)
Por los polvorientos caminos de África

Siempre avanzando hacia el este -unas veces por pistas, otras por maltrechas carreteras, y las más; dejando atrás estériles, rojizas, y polvorientas tierras- llegamos a otro de los importantes parques nacionales con que cuenta Boswana: el Chobe National Park.

 Fue Boswana, uno de los primeros estados del África Negra, que se dió cuenta de la gran importancia que tendría el turismo en el futuro de su economía. Un turismo anhelante de la observación de la naturaleza y la vida salvaje. Por tal motivo, para evitar la sangría que estaba suponiendo el exterminio de gran parte de su fauna, dictó leyes sin precedentes, no solo en África, sino en todo el mundo.

Lo que no sabemos, por no estar a nuestro alcance, es si los 40.000 € que pagan los Jefes de Estados y potentados del mundo por matar un elefante  en uno de estos parques, van a las arcas del Estado o a los bolsillos de los sátrapas de turno.

Los guardabosques, encargados de la conservación de sus parques, recibieron ordenes estrictas de no avisar a los cazadores furtivos, sorprendidos dentro de las áreas protegidas.  Cuando estos guardabosques detectaban algún furtivo dentro de un Parque Nacional, lo primero que hacían era disparar sobre el mismo, y posteriormente, se llevaba a cabo la correspondiente investigación. Lo contrario de como se procede en los llamados Estados de Derechos. Esta rigidez en la aplicación de las normas, hizo que los furtivos se desplazasen a otros países más permeables. Lo que ocasionó que las Reservas de Vida Salvaje de Boswana posean una de las faunas más abundante del continente africano.

V.A. Cataratas, Elefantes ante cataratas (FILEminimizer)
Entre 20.000 y 40.000 € la pieza.

Lo que no sabemos, por no estar a nuestro alcance, es si los 40.000 € que pagan los Jefes de Estados y potentados del mundo por matar a un elefante en uno de estos parques, van a las arcas del Estado o al bolsillo de los sátrapas de turno. Aunque en honor a la verdad debemos decir que Boswana es uno de los países con menos índice de corrupción de África.

El establecimiento e implantación  de estas leyes, además de evitar la posible desaparición de determinadas especies, ha facilitado la proliferación de animales y la observación de escenas increíbles. Fue en el Chobe donde disfrutamos viendo como dos jóvenes cachorros eran amaestrados, por dos leonas adultas, en la caza de una de sus presas favoritas: las gacelas.

El río Chobe es otro de los grandes atractivos de este parque. Este afluente del Zambezi sirve de frontera entre Boswana y Namibia a través de ese laberinto geográfico, creado por el colonialismo, que es la franja de Caprivi. En él, infestado de inmensos cocodrilos, estuvimos navegando entre manadas de enormes hipopótamos, cuyos lomos al emerger sobre las tenebrosas aguas fluviales semejaban fangosos islotes.

¡Malditos «libertadores»!

Finalmente, después de soportar una espantosa noche de apocalípticos truenos y torrenciales lluvias en Kasane, lugar donde montamos nuestro campamento. Con los pasaportes y los enseres empapados, entramos en el esquilmado Zimbabue. Victoria Falls, meta final de nuestro viaje, se encuentra a escasos kilómetros de la frontera, y hacia ella nos encaminamos.

Blancas nubes de algodón se mecen sobre el cielo azul del verano austral, dando a Victoria Falls un aspecto atrayente y soñoliento cuando entramos por la Liwingstone Way un mediodía de últimos de noviembre.

Ninguna Agencia de Noticias de los países civilizados se preocupa por Zimbabue. Este país no es rentable para ningún medio de comunicación.

Su gente, que vivió un periodo de paz y prosperidad en los años posteriores a su independencia, padece ahora una espantosa miseria económica y social originada por el mismo partido y el mismo hombre que en aquellos días fueron aclamados como héroes.

Ha sido una practica muy común entre los «libertadores» en general, y los africanos en particular, el convertirse en crueles tiranos, de aquellos pueblos que liberaron, una vez alcanzado el poder.  Robert Gabriel Mugabe, hijo de un humilde carpintero, no tenía  porqué ser una excepción. Luchó contra el colonialismo y el Apartheid al frente del ZAPU ( Unión Popular Africana de Zimbabue ) hasta conseguir que la mayoría negra (95%) arrebatara el poder a la minoría blanca (5%).

Mugabe, mugabe
Robert Gabriel Mugabe

Su partido, con él como Primer Ministro, llegó al poder el 31 de diciembre de 1.987 y en él permanece hasta nuestros días, aunque para conseguirlo hayan tenido que recurrir a todo tipo de patrañas,  marrullerías, e incluso, crímenes. Con el fin de perpetuarse en el poder han conducido a la población a sangrientos enfrentamientos  étnicos y raciales.

Tales desmanes a llevado al país a una hiperinflación que hace que los precios se dupliquen cada 24 horas. El desempleo alcanza el 80% a pesar de que millones de zimbabueses han emigrado a África del Sur en busca del trabajo que les niega Robert Mugabe, portador de la Orden Nacional José Marti, concedida por otro régimen dictatorial como el suyo. El cubano. Hoy, sin embargo hasta Cuba ha retirado su apoyo a este esperpento de estado, y los únicos valedores que les queda son: China Gabón y Venezuela.

La sanidad y la educación se encuentran en estado de quiebra. Lo que no quita que el dictador más longevo de África  gaste en cualquiera de los banquetes que organiza en su residencia presidencial  (cuando se cansó de ser Primer Ministro mutó a Presidente, puesto que ocupa en la actualidad) sumas superiores a los 200.000 euros. En estos banquetes alardea, ante el aplauso de sus aduladores, que piensa seguir en el cargo hasta cumplir los 100 años.

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Cecil Rhodes.

 Si tiene la suerte de llegar a esa edad, seguro que su endiosamiento superará al de su predecesor  y Zimbabue pasaría a llamarse Mugabesia, o algo similar. El último gobernante blanco de Zimbabue, Cecil Rhodes, llamó al país Rhodesia, en honor a su propio nombre. 

¡Viajar es gozar, sufrir, reír y llorar con la gente de los lugares que se visitan y por los que se pasa!

No es nuestra intención escribir crónicas políticas de los países que visitamos, pero también es verdad que en uno de nuestros trabajos anteriores decíamos: «Viajar es gozar, sufrir, reír y llorar con la gente de los lugares que se visitan y por los que se pasa» y, francamente por el Zimbabue actual no se puede pasar sin sufrir y, a veces, hasta llorar.

A nosotros los zimbabueses nos parecieron gentes sencillas, hospitalarias e incapaces de cometer los actos que se les atribuyen entre etnias del propio país y contra los colonos blancos. Pero, ¿ quien iba a pensar a finales de junio de 1936  que , tres años mas tardes, al finalizar nuestra Guerra Civil,  habría 1.000.000 de muertos sobre los «yermos paramos de España» ?.

V.A. Cataratas, Puente sobre el Zambeze (FILEminimizer)
Puente sobre el Zambezi.

Victoria Fall es una ciudad nacida  -al borde de las cataratas del mismo nombre-  del viejo poblado que construyeron los trabajadores que llevaron a cabo parte de esa faraónica obra urdida en la mente del megalómano Cecil Rhodes, de unir, por medio de un ferrocarril trans-africano Ciudad del Cabo y El Cairo.

Las Cataratas Victoria

La ciudad está llena de establecimientos donde puede contratarse cualquier tipo de actividad, desde un paseo por la senda que transcurre al borde de las cataratas hasta un raffting por el río de aguas blancas mas peligroso del mundo. El Zambezi.

V.A. Cataratas, Liwingston (FILEminimizer)
Livigstone, aquí está su corazón.

«La humareda que ruge» (Mosioatounya), como denominan los nativos a las Cataratas Victoria, nos recibió a primeras horas de la mañana con la imponente estatua del primer hombre blanco que la contempló, allá por el año 1.855. Livingstone. La estatua está ubicada al comienzo del recorrido, junto al «Salto del Diablo». Construida en bronce, con un enorme pedestal, en el que se yergue la figura del más grande explorador que ha tenido África. Odiado y temido por esclavistas y tiranos. Amado y respetado por los hombres y mujeres humildes del continente africano, donde descansa su corazón, pero no su cuerpo. Sus ojos miran a lo lejos, por encima del borde desde dónde se desprenden las embravecidas aguas, como queriéndonos hacer comprender que África es mucho más que estas, aunque maravillosas, simples cataratas.

V.A. Cataratas, Pista y panoramica (FILEminimizer)
Cataratas Victoria, «Mosioatounya»

Este capricho de la Naturaleza, que forma el río Zambezi al desprender en épocas de lluvias la impresionante cantidad de 550 millones de litros de agua por minuto a lo largo de 1.700 metros por una vertical de hasta 100 metros de profundidad, forma una nube de espumas que se eleva a más de medio kilómetro de altura. Esta columna es visible, a través de la inmensa llanura, desde una distancia que supera los 70 kilómetros.

V.A. Cataratas, Baño (FILEminimizer)
Baño en las Cataratas.

Aquí estamos, junto a este Capricho de la Naturaleza, como hemos dicho anteriormente, y aquí termina nuestro viaje a través del continente africano. Hemos recorrido 5.654 kilómetros con un camión, cuyos sistemas de calefacción o ventilación, solo lo componían la subida o bajada, dependiendo de las condiciones meteorológicas, de sus persianas de lona                                                                                   y plástico.

V.A. CATARATAS Chacal (FILEminimizer)
La hiena.

Hemos oído aullar al chacal y la hiena. Hemos visto cazar al león y huir despavoridas las manadas de gacelas Hemos visto dormitar  -en las orillas de los ríos-  al cocodrilo y surcar los aires al carroñero karibú. Hemos convivido con otras razas y pueblos, gozando con sus danzas y penando con sus desgracias.

V.A. CATARATAS Tienda de campaña (FILEminimizer)
Al final de la plaza, nuestra casa.

Hemos dormido sobre el duro, reseco y árido suelo de estepas y desiertos, sobre las pantanosas tierras de los deltas y orillas de los ríos. Pero también de los mantos vegetales que forman las áreas selváticas de éste hermoso, apasionante, incomprendido y, siempre deseado continente.

Solo en un par de ocasiones, lo hicimos en hoteles, pero podemos asegurar que los recuerdos más emocionantes, gratos y duraderos que mantenemos, no son, precisamente, los de ese par de noches, tan parecidas y rutinarias como cualquieras otras de nuestras vidas.

Estamos al final del viaje, y ya buscamos nuevas metas. Lo más importante no es llegar a ellas, lo que importa es soñar. El ser que se conforma con lo conseguido, a empezado a morir. Avanzar, soñar con nuevas metas, es vivir.

                                                                                           Paco Vidal

 

LAS GARRAS DEL LEOPARDO

 

                                          (El Kili II)

Serecio Kilimanjari

Nuestro grupo -compuesto por cuatro españoles y diez tanzanos- parte de Marango Gate, situado a 1.800 s.e.n.m.,  sobre las doce de la mañana.

El trayecto, de doce kilómetros de longitud y 1.000 metros de desnivel, hasta Mandara Hut transcurre por una zona boscosa, semi-selvática, de húmedas y resbaladizas sendas donde apenas son visibles algunos signos de vida animal, si exeptuamos algún que otro macaco – que contoneándose se cruza en nuestro camino- desapareciendo en la espesura del bosque conforme nos acercamos a él.

Kilimanjaro (FILEminimizer)
Primera etapa

Al caer la noche, sobre las seis de la tarde, una espesa niebla acompañada de un intenso frío lo envuelve todo. Como quiera que no tenemos luz ni fuego para alumbrarnos, practicaménte lo único que nos queda es comer, meternos en nuestros sacos de dormir y esperar las luces del nuevo día.

Después de un fuerte desayuno, compuesto de huevos, cereales, mantequilla y pan, salimos hacia Horombo Hut por una fuerte pendiente. Desde la misma, después de pasar un puentecillo de madera que vadea un riachuelo de cristalinas aguas , nos damos de bruces con una soberbia  panorámica. Contemplando la misma se comprenden perfectamente las palabras de Javier Reverte cuando en su libro; Vagabundo en África dice: «El que no ha visto el Kilimanjaro no puede decir que ha estado en África».

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El techo de África

Los últimos conjuntos boscosos quedan atrás. Ante nosotros se eleva majestuosa, allá arriba, solo superada por el rabioso azul del cielo, la gran mole del más grande de los centinelas africanos. Plantado ante nosotros se alza desafiante el impresionante Kilimanjaro.

Con el abandono del primer segmento vegetal que caracteriza el ascenso a toda gran montaña, la diversidad de plantas se hace más rica. Las mismas son más pequeñas pero más diversas, tanto en tamaño como en formas.

Hay una palmera que llama especialmente nuestra atención. Esbelta y elegante, de unos cinco metros de altura, cuyo nombre botánico es; Serecio Kilimanjari y a la que los nativos llaman Suecia.

Atardecer tropical

La ubicación de Horombo Hut es verdaderamente privilegiada. Por encima nuestra la nevada mole del Kilimanjaro, donde se reflejan los violáceos rayos del atardecer tropical. A nuestros pies las inmensas llanuras de la no menos inmensa depresión del Riff, con el Gorongoro y el Serengueti al fondo. Depresión y llanura que, mientras avanza la tarde, van ocultánse lentamente en un mar de nubes que nos hace sentirnos más cerca de los dioses que de los hombres.

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Bajo el mar de nubes: El Gorongoro y el Serengeti

Al avanzar la tarde, cuando las primeras estrellas hacen acto de presencia allá en el lejano firmamento, ni siquiera las hogueras encendidas por nosotros son capaces de frenar el intenso frío que se abate sobre nuestro campamento.

La mañana se despierta fría, pero esplendida, la negra y volcánica senda está sembrada de rocío mañanero. Cargados con nuestras mochilas nos ponemos en marcha hacia Kibo Hut, situado a quince kilómetros de distancia y 4.700 metros de altura. En Kibo debemos descansar para, al filo de la media noche, acometer la última etapa, con el fin de estar al amanecer en la cima de la gran montaña africana.

La jornada transcurría normalmente hasta llegar al lugar donde Denis, Thomas y Stella, que habían salido del campamento bastante antes que el resto del grupo, nos tenían preparado el almuerzo. Aquí empezaron a bromear conmigo llamándome «Simba», debido a la adaptabilidad, que según éllos estaba demostrando. Medio en broma, medio en serio Denis, el segundo del «Boss», mirando hacía las nevadas cumbres me dice: ¿Tu eres capaz de subir hoy conmigo, sin esperar a mañana ni hacer adaptación en Kibo?

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Cruce de caminos

Como quiera que no hay nada mas ciego y osado que la ignorancia. Yo – amparándome en la mía- y ateniéndome a la frase que en alguna parte oí a un montañero que decía: «En la montaña no se puede despreciar nunca cualquier oportunidad que se te presente»le contesté: Si tu subes también lo haré yo.

Inmediatamente, tomamos nuestras mochilas y con toda la presura que nos permiten los 4.500 metros de altitud, dirigimos nuestros pasos hacia Kibo, donde llegamos sobre las trece horas.

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Dani y el autor

 Después de dejar en el campamento la mayoría de nuestros enseres, tomando con nosotros lo estrictamente necesario. Emprendemos la etapa que deberíamos haber comenzado sobre la una de la madrugada, despues de doce horas de adaptación y descanso.

La etapa que comenzamos es la más dura de todas de cuantas componen la Ruta Marango. El tramo que va de Kibo al Gillman’s Point  pasa de 4.700m. a 5.750m. en tan solo seis kilómetros.

vias del Kili
Vias de subida

La ascensión la efectuamos de forma vertiginosa, cada vez que la huella de la bota de Denis queda libre, la misma es ocupada por la mía. Las últimas rocas hasta coronar el Gillman’s Point las dejamos atrás sobre las 4.30 de la tarde.

Hemos tardado 3.15h. en cubrir el trayecto que está pensado para hacerlo en seis horas.

El momento es para mí verdaderamente indescriptible, el espectáculo único. Desde aquí el Mawenzicon sus casi 5.000 metros, queda empequeñecido allá abajo, revestido de un rojo parduzco, en contraste con el blanco inmaculado que nos ofrece el majestuoso cráter Reusch, Origen, en su día -hace millones de años- de la formación de ésta montaña tan añorada por muchos, y solo conquistada por algunos miles de seres humanos.

El pico Uhuru

El silencio es sepulcral. Denis se ha apartado unos metros y con su pies izquierdo apoyado en una roca, deja vagar la mirada por el lejano horizonte mientras da una profunda chupada a su cigarro. (?)

La belleza es verdaderamente sobrecogedora. El glacial Rebmann se perfila a nuestra izquierda proyectando largas sombras, que se prolongan hacia el este, formando caprichosas y fantasmagóricas figuras.

Atrás quedan las palabras  de Javier Reverte: «El que no ha visto el Kilimanjaro no puede decir que ha visto Äfrica«, que dieron origen a este viaje. Hoy, con todo mi respeto, le diría a Reverte: Si no has contemplado África desde la cima del Kilimanjaro algo le falta a tu aventura africana.

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Hielos eternos. ¿hasta cuando?

Todo invita a continuar aquí hasta no se sabe cuando, pero el Uhuro Piek está todavía a 1.800 metros de distancia con el insignificante pero ¡terrible! desnivel de 125 metros.

La marcha se hace ahora, mucho más cansina y fatigosa de lo previsto. La bravata de haber saltado de los 3.700 m. a los 5.800, por donde nos movemos ya, sin haber efectuado la correspondientes horas en Kibo, se deja sentir.

La falta de oxigeno es evidente. Continuamente tengo que efectuar cortas paradas, apoyándome sin parar en mi bastón para poder continuar. Mi organismo se revela y mi estomago parece ser desgarrado por Las garras del leopardo del que habla Hemingway en su obra «Las Nieves del Kilimanjaro», aun sin haber estado nunca en él.

Mal de altura

Por el Mayer Point, situado a 5.800 metros, me arrastro en lugar de caminar. Las nauseas y ganas de vomitar son insostenibles. ¡Maldito mal de altura! pienso. Mientras Denis me ofrece su hombro para que con su ayuda pueda continuar.

Que momento tan indescriptible. Aquí, en el techo de África, un hermoso atardecer de un día de julio, un muchacho negro de 21 años, pone todo lo que puede de su parte, para que un hombre blanco (Que podría ser su abuelo) consiga ver cumplidos sus sueños. ¿Que argumentación darían en semejante situación los defensores del racismo?.

uhuru pico
El techo de África

Por fin, con la vista nublada, y apenas sin entender lo que escucho, oigo como la voz de Denis me dice: Simba, lo has conseguido ahí está, es el Uhuro Piek. ¿ Ves el rótulo que lo indica?

Así es, allí está: UHURO PIEK, 5.895 METROS

¡Gracias Denis , sin tu ayuda no lo hubiera conseguido!

SUBLIME KILIMANJARO

                               (El Kili I)

El que quiere algo encuentra un medio

Es invierno, es un inmisericorde día de invierno rondeño. Fuera hace frío, desde mi ventana veo caer una fina cortina de aguanieve nacida de esas nubes que caprichósamente ascienden desde el fondo del Tajo, como librándose de las brumosas aguas del Guadalevin.

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RONDA, casas agarradas al filo del Tajo

Las ascendentes nubes se mezclan con las ya existentes, interponiéndose entre mi punto de observación y las casas que, agarradas al filo del Tajo, me impiden ver con nitidez nuestra ciudad. Ronda se perfila ante mí, difuminada, con el aspecto de una ciudad embrujada y hechizante.

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RONDA, La que ronda la leyenda

La tarde se desliza perezosa mientras mi  pensamiento se aleja y vuelve a mi entorno, con esa agilidad y poder que caracteriza nuestra mente, habilitándola para estar, a la vez, en lugares tan distantes como Ronda y Arusha.

En mis manos «El sueño de África»de Javier Reverte, uno de los maestros españoles de la narrativa viajera de nuestros dias. «Ahora, al verlo aparecer y desaparecer bajo la calima, me preguntaba si podía creer que en realidad estaba allí. El Kilimanjaro asomaba a mas 50 kilómetros al oeste, al otro lado de la frontera de Tanzania, y sin embargo me parecía situado a un tiro de piedra, tal era su colosal estatura…. y sentí que el viajero nunca puede decir que ha estado en África hasta que no ha alcanzado a verlo. El poder soberbio del mito me estremecía desde aquella sombra pálida que se escondía entre las brumas». Repaso un par de veces el párrafo  y me pregunto, ¿Tan grande es el poder de la gran montaña africana para arrancar tan encendidas palabras de tan avezado viajero?

El Kili
Paseo vespertino ante el Kilimanjaro

Sea cierto o no, estén o no envueltas dichas palabras en cierta fantasía literaria, lo cierto es que tienen el don de hacer nacer en mí, la necesidad de ir a África y poder contemplar con mis propios ojos el gran coloso.

La idea crece, madura, y me atrevo a afirmar que rompe las propias dimensiones de las palabras de Reverte para imponerse el reto. ¿Porqué en vez de ir a África para ver el Kilimanjaro, no ascender al Kilimanjaro para, desde su cumbre, ver África?

Como sucede siempre que pretendemos emprender algo que está fuera de nuestra rutina habitual, unas veces  la decisión final es firme. Otras, sin embargo, la intención  se me antoja descabellada y lejana. Escalar el Kilimanjaro no debe ser tan fácil como subir a nuestro entrañable Torrecilla. Este tiene 1925 metros, aquel toca los 6.000. Por medio esta «el mal de altura», la aclimatación, las nauseas, los edemas (pulmonares o cerebrales), los 20ºC ó 30ºC bajo cero y tantas otras cosas.

El aferrarme a la parte positiva del magistral proverbio que dice: «El que quiere hacer algo, encuentra un medio. El que no quiere hacer nada , encuentra una escusa» me empuja hacia adelante, y el proyecto va tomando forma.

El Rino y el Kili
Afrodisiáco cuerno, y el Kili

Me siento ante el ordenador y tecleo: Kilimanjaro.com. ¡Oh milagro!. Aquí esta todo lo que busco; información, posibilidades, formas de llevarlo a cabo…. La singladura ha comenzado, lo mas apasionante de cada viaje. La decisión definitiva de llevarlo a cabo. Si la meta que nos hemos propuesto es alcanzada o no, ya no depende tanto de nosotros como de otros múltiples factores, muchas de las veces ajenos a nosotros mismos.

El aire tiene sabor                                                  

El avión de la KLM ha cubierto perfectamente los miles de kilómetros que separan Ansterdam  del Kilimanjaro Airport, situado en suelo tanzano, entre las ciudades de Moshi y Arusha. Su pose sobre la pista es suave, sin que podamos decir lo mismo sobre el deslizamiento sobre ella, ya que ésta esta erosionada y en no muy buen estado.

Mujer africana (FILEminimizer)
Mujer tanzana

Cuando, por fin, se abren las puertas del avión y salimos a la escalinata, una bocanada de Espiritu de África golpea mi olfato e invade mis pulmones. El aire tiene un olor, incluso podríamos decir sabor, especial. Es cálido y pesado, huele, sabe a heno, a pradera, a rastrojo mojado. En vez de estar en un aeropuerto, parece que estamos entrando por la explanada de un cortijo, después de que las primeras aguas otoñales hallan refrescado las sedientas tierras de la campiña andaluza.

Las sombras se confunden en el crepúsculo tropical y las luces artificiales comienzan a parpadear, aquí y allá. Mientras, en los confines que forman los límites del aeropuerto, se oyen ritmos de «música africana», como alguien susurra a mi oído, al observar mi interés por aquellos sonidos. Este sonsonete da la bienvenida a un personaje, ataviado al mas puro estilo africano que, junto a su numerosa prole, arriba a su feudo en el mismo avión que lo hacemos nosotros. Pero… mientras nosotros viajamos en clase turista, él, junto con sus mujeres e hijos, lo hace en primera clase. Un ejemplo más de que las diferencias entre los hombres no las determinan las razas o el color de la piel. ¡Las marca el dinero!.

Autor en mercado (FILEminimizer)
Mercado africano

La llegada a Moshi, capital de la región del Kilimanjaro, la efectuamos, ya bien entrada la noche, teniéndonos que trasladar a las afueras de la ciudad, a un imprevisto hotel, por tener overboocking el «Búffalo Hotel» en el que teníamos reservada habitación. ¡Estas cosas suceden hasta en África!.

Al día siguiente, paseando por sus calles, la impresión que sentimos es de un estado de  abandono generalizado, tanto en su gente, como en el urbanismo o la arquitectura. Hay grandes edificios, sucios y descuidados, que transmiten la sensación de que alguna vez estuvieron habitados, siendo hoy guaridas de rapaces y alimañas que se introducen en ellos a través de ventanas de cristales rotos y desbisagradas puertas.

A través de estepas, desiertos y mares

En las aceras, sentadas sobre el mugriento y húmedo suelo, se ven familias enteras que se ganan el sustento, transformando latas de Coca Cola o, viejos neumáticos, en utensílios tales como: candilejas, jarrillos de lata, zapatos o capazos. Es digno de admirar como estos artesanos de la calle, disponiendo solo de las mas elementales herramientas, son capaces de sacar provecho de algo, que para nosotros, solo merece ocupar un lugar en el contenedor de la basura. La población da la sensación de vivir un permanente y forzoso desempleo.

Caminos
Caminos


¡Oh África, es viniendo a ti y viendo como vives, como sufres, como padeces y como mueres, cuando realmente podemos entender y darle sentido a la Odisea que emprenden tus hijos, persiguiendo un sueño a través de estepas, desiertos y mares, hasta llegar a la idealizada Europa, con el fin de alcanzar una vida mejor para ellos y los suyos!.   
 

mujer y vivienda (FILEminimizer)
Mujer ante su vivienda

¿Tanto mal le han hecho los países colonizadores a estos pueblos? ¿Tan brutal fue el grado de expoliación al que los sometieron para que las consecuencias se dejen sentir años y años mas tarde, postergando a estos países a un subdesarrollo endémico y cruel? ¿O, por el contrario, todo esto obedece a otros oscuros factores del alma africana, mucho mas profundos y complejos, difíciles de entender y asimilar para un europeo?.

Lleno de dudas y de preguntas sin respuestas me retiro a mi habitación del Búffalo Hotel, hoy si, a la espera de que al alba, pasen a recogernos para trasladarnos a la Marango Gate, con el fin de comenzar el ascenso al techo de África. 

Paco Vidal