(Por tierras birmanas I)
El Gran Bazar
A nuestra derecha distinguimos un núcleo de luces correspondiente a la ciudad de Mawlamyne. Atrás queda la frontera birmano-tailandesa y la cavernosa voz del imán que nos acompaña con sus plegarias a Ala por la megafonia del avión, desde que despegamos del aeropuerto de Bangkok. Con las últimas luces del día puede apreciarse la línea divisoria que forma la tierra firme con las aguas del mar de Andamán, en la lengua que forma el Golfo de Martaban al introducirse en tierras birmanas. En tierras de Burma o Mianmar que dirian otros. Nosotros hemos escogido el apelativo Birmania por ser el mas empleado en Occidente.
Minutos mas tarde, nuestro avión se posa suavemente sobre la pista del aeropuerto internacional de Yangón. ¡Cuanta diferencia entre éste y el de Bangkok! En aquel el entrar y salir de aeronaves desde, y hacia los cinco continentes, era continuo. En este solo hay dos aviones: el nuestro y otro de la Thai que toma tierra inmediatamente después del nuestro. La iluminación es escasa y su infraestructura me recuerda el aeropuerto internacional de la Isla de Pascua, con la salvedad de los caracteres ligüísticos.
La Biman Bangladesh Airlines, con la que volamos nosotros, cubre el trayecto Bangkok- Dacca, con escala en Yangón, tres veces por semana.
El trayecto desde el aeropuerto hasta el hotel, en el centro de la ciudad, junto a la estación de ferrocarriles, nos lleva unos 25 minutos. Del trafico, además del caos, nos llama la atención; que se conduzca por la derecha, a pesar de haber sido Birmania durante tanto tiempo colonia británica. Al hacérselo notar al taxista (el cual nos cobra el doble de lo que cuesta el recorrido habitual, según supimos mas tarde) éste nos dice que aquí se condujo por la izquierda hasta hace unos años, cuando la Junta Militar decidió cambiarlo. Así existe la paradoja de un país que circula por la derecha con el 99% de sus vehículos con el volante en la derecha.
Nuestros primeros pasos por las calles adyacentes al hotel nos muestra que el tráfico no es agobiante, pero si intenso. Lo que sí se puede afirmar de él es que, es caótico. como sucede en la mayoría de las grandes urbes asiáticas, exceptuando las de Japón . En sus calles es el coche el que manda. El peatón juega un papel secundario, los pasos de cebras existen ,pero ningún conductor los respeta. Si alguien intenta cruzar la calzada, aunque sea por uno de estos pasos, lo primero que tiene que hacer es asegurarse que el vehículo mas cercano no se encuentra a menos de 150 ó 200 metros.
Cada conductor circula con una mano en el volante y la otra apoyada en el claxon, lo que ocasiona una ciudad bastante ruidosa.
Las aceras de las calles de la ciudad forman un Gran Bazar. Aquí todo el mundo compra o vende algo. Da igual lo que sea: desde pequeños transistores Made in China, hasta frutas, verduras, gafas, gorros, relojes, herramientas, libros, paraguas, comida, motores eléctricos y todo cuanto se busque. En éste inmenso mercado al aire libre -que obstruye aceras e impide el acceso a los comercios- se hace y deshace todo. El suelo es el banco de trabajo donde se arregla un motor, se repara una vieja bicicleta china o se deshuesa un arcaico rickshaw.
El que haya visitado el zoco de cualquier ciudad marroquí, quizás piense que el espectáculo que ofrece uno, no puede ser muy diferente del que ofrezca el otro. Cierto es que existe cierta similitud, pero mientras en el zoco cada vendedor cuenta con su propio espacio día tras día. Aquí reina una anarquía casi perfecta. Todo se monta por la mañana sobre las aceras, que son de todos, encima de mugrientas mantas y viejas alfombras, (las mismas marcan los límites de cada tenderete) para desaparecer por la tarde y comenzar al amanecer de un nuevo día con la lucha por un nuevo espacio donde exponer los productos.
Con chanclas o descalzos
Como hemos dicho anteriormente, en este mercado interminable , uno puede encontrar cualquier cosa que busque. Cualquier cosa , menos zapatos. En Burma no existen los zapatos. Aunque cueste creerlo en pleno siglo XXI Birmania es un país de hombres, mujeres y niños que no usan ni zapatos ni botas. Como calzado utilizan esas chanclas, que nosotros usamos a veces, para ir a la playa o ducharnos; compuesta por una suela de goma y dos tiras superiores cuya unión hacemos pasar entre el pulgar y el segundo dedo del pie.
Este pueblo, vaya como vaya vestido, ya sea con anorak, polar, traje, falda o el clásico lungui*, siempre porta el mismo calzado. Desde el mas insignificante personaje hasta el director de banco, pasando por camareros, conductores de transportes públicos, recepcionistas o directores de hoteles, siempre van calzados con las mencionadas chanclas. Solo hay dos excepciones: La primera son los monjes budistas, que siempre van descalzos -desde el mas joven hasta el mas anciano y desde el mas alto en la jerarquía eclesiástica hasta el mas insignificante lego. Todos arrastran sus desnudos pies por las cuidadas Pagodas o las sucias callejuelas. La segunda la forma los militares, calzados siempre con impecables y lustrosas botas.
Tal disparidad en el calzado nos hace pensar que lo de portar chanclas pudiera obedecer a algún decreto o imposición de la Junta Militar que durante tantos años ha gobernado este país con mano de hierro.
¡Mal puede enfrentarse un pueblo descalzo o en chanclas (al menos y sobre todo psicológicamente) a un ejercito opresor impecablemente vestido y perfectamente calzado!.
Los monjes budistas
La Historia nos demostrará, no obstante, que precisamente fueron esos monjes descalzos el principal baluarte de las protestas, que tiempo después, acabaron con ese ejercito impecablemente vestido y perfectamente calzado en el que se apoyaba la Junta Militar.
No podemos cerrar este trabajo sin elevar un canto a la ejemplaridad de estos clérigos que en nada se parecen a sus homónimos de la religión católica o protestante. Mientras estos, por su forma de vestir y actuar, pertenecen a la clase media, o alta, de nuestra sociedad. Los monjes budistas, niños o ancianos, se ven obligados a salir cada día, -con las primeras luces del alba, con la clásica cazuela de barro, donde los fieles van depositando sus dádivas- envueltos en sus frágiles hábitos y sus desnudos pies a implorar las limosnas de las que se sustentan.
Hemos visto a estos monjes vagar por los caminos, «amontonarse» encima de las camionetas, montar en bicicleta o pordiosear por las calles. En la Gran Pagoda de Yangón, hablando con uno de ellos, nos decía que venía de Myeik, en el sur de Birmania, para venerar a Buda en la Shawe Dagón, y después continuaría hacia Mandalay para rezar en la Gran Pagoda de esta ciudad. En el transcurso de la conversación nos rogó que le diéramos una limosna para poder continuar su peregrinación.
No pretendemos juzgar aquí la actitud de estos monjes ni dictaminar si su comportamiento es el correcto o no, solo queremos resaltar lo que hemos visto y lo consecuente que nos ha parecido su conducta con lo que predican.
Paco Vidal
*Lungui es la clásica falda con que, aún hoy, va ataviada la mitad de la población, birmana, tanto hombres como mujeres. Consiste en un cilindro de tela, de aproximadamente, el doble del diámetro de la persona que lo lleva, cogido a la cintura, con uno o mas nudos.