El Golfo de Ácaba, ese brazo de mar de fondo transparente y cristalino, que partiendo del Mar Rojo, va desgarrando estas áridas tierras formando, de uno solo, dos enormes y míticos desiertos: El Sinaí y el Arábico. Esta estrecha manga de agua lame las playas de Eliot y Ácaba allí dónde la misma llega a su fin, obsequiando a Israel y Jordania, con estratégicas salidas marítimas tanto al proceloso Índico como al mítico Mediterráneo.
Este trozo de tierra y mar siempre ejerció sobre mi una gran atracción. Sobre el mapa lo identificaba con lo exótico, lejano y legendario.
Mezclando lo material con lo onírico, dejando deliberadamente que ambos se solapen, paseamos soñolientamente por las calles de Ácaba, la más acogedora de la ciudades jordanas.
Su templado clima, estratégica situación, y cuidados parques, así cómo la amabilidad y hospitalidad de sus gentes han hecho que en la misma florezca una prospera oferta turística.
Playa de Ácaba.
Aquí, además de los propios jordanos y algunos europeos, acuden a pasar horas o días de ocio los militares norteamericanos estacionados en la vecina Arabia Saudí. Ocio que les está completamente vedado en el hermético e intransigente reino de Al Saud, debido a las estrictas leyes coránicas que rigen en él.
Nada nos recuerda en la actual Ácaba a la antigua Ezión-geber de la tierra de Edom, citada ya en el Libro de los Reyes del Antiguo Testamento. Es cierto que al oeste de la ciudad, junto a la frontera con Israel, están las ruinas de Tell Al Khalifa, que los acabenses se empeñan en identificar con Ezión-geber, lo cual no está confirmado ni histórica ni científicamente.
Cómo quiera que los informes meteorológicos nos advierten de las bajísimas temperaturas que están padeciendo en Amman, alrededor de 0º C., decidimos permanecer aquí unos días y acercarnos a visitar la legendaria Petra, distante de Ácaba unos 130 kilómetros, y proseguir posteriormente nuestro viaje hacia la capital del Reino Hachemita.
La Flor del Desierto
Farás, con el que nos dirigimos a Petra, de nacionalidad jordana y sangre palestina, serio y profesional, de tez morena, mediana estatura y abultado abdomen, se sirve de un inglés -que para sí quisieran el 90% de los taxistas españoles- para expresarnos su admiración por el desaparecido rey Hussein. Así mismo nos expresa su convencimiento, de que los pueblos árabes y hebreo tienen la obligación y el deber de entenderse y respetarse mutuamente, si quieren vivir en paz, ya que, según él, la paz es a lo más grande que debe aspirar el ser humano. Son tantas las anécdotas que nos cuenta, tanto en la ida como en la vuelta, que los trayectos se hacen francamente cortos.
Desfiladero, al fondo El Tesoro.
«El Tesoro», el más importante y mejor conservado edificio de este extraño y, hasta hace poco, desconocido enclave.
La ciudad rosa.
A las ocho de la mañana, mucho antes que lleguen los autobuses con las oleadas de turistas, procedentes de Ácaba y Aman, estamos entrando por el gran cañón o desfiladero que después de, aproximadamente un kilómetro, nos dejará ante las puertas del Khazneh, «el Tesoro». El más importante y mejor conservado edificio de este extraño y, hasta hace poco, desconocido enclave.
Es tanto lo publicado sobre Petra que aquí, en tan reducido espacio, poco es lo que podemos añadir sobre ella. Si nos decidimos a hacerlo es más por respeto a los posibles seguidores del Blog, si los hubieses, que por lo que seamos capaces de aportar a lo ya conocido sobre la ciudad de los nabateos.
Como buen caravanista, pagué mi tributo a Petra.
Se encuentra la «Ciudad Rosa»,llamada así por el color de la piedra que la caracteriza, enclavada en un macizo rocoso que guarda celosamente el tesoro que alberga en su interior. Este farallón rocoso cuya formación semeja gigantescas coliflores, talladas por férreas y ciclópeas manos, oculta en su vientre esa belleza, salvaje y natural que es Petra.
Fue en el interior de este sobrecogedor conglomerado dónde los nabateos, tribu nómada del este del desierto Arábigo, dónde asentaron su poder entre los siglos VI a.d.C. y el II de nuestra era.
En el transcurso de esos ocho siglos Petra floreció y cayó, definitivamente en el anonimato, cuando las caravanas entre Egipto y Siria tomaron otros derroteros, o bien los mercaderes empezaron a utilizar las vías marítimas.
Este método les permitía dedicar menos tiempo a la guerra y mucho más a las artes.
¿Tumbas?
Cuando comenzó su supremacía sobre el área que controlaban se dedicaron a asaltar las caravanas que transitaban por ella, pero al observar la necesidad de estar en continuo estado de guerra y el gran número de enemigos que les ocasionaban sus actos, optaron por otro más simple y refinado. Ofrecer protección y cobrar tributo a todas las caravanas que se veían obligadas a pasar por sus dominios. Este método les permitía dedicar menos tiempo a la guerra, y mucho más a las artes.
Cómo consecuencia de ello, Petra experimentó un fuerte crecimiento cultural, destacando sobre todo en la agricultura y la arquitectura. De la primera nos legaron sus sofisticados sistemas de riego y el estudiado aprovechamiento del agua. De la segunda; veinte siglos más tarde, nos sorprende la perfección y grandeza de sus edificios, tanto civiles, cómo religiosos o funerarios.
A continuación citaremos algunos de los más representativos que pueden contemplarse, hoy en día, al visitar «La Flor del Desierto» , como la denominan muchos jordanos.
El Tesoro, Petra.
EL KHAZNEH: A pesar de su significado -el tesoro, en dialecto beduíno- no significa ello que los nabateos escondiesen sus riquezas en este edificio. Pues fue siglos más tarde cuando se popularizó la leyenda de que, unos bandidos habían escondido en él, un fabuloso tesoro. La construcción del controvertido edificio se llevó a cabo entre los siglos I a.d.C. y el II de nuestra era.
Anfiteatro.
ANFITEATRO: Con capacidad para 8.000 espectadores, muy parecido a los anfiteatros romanos, pero con un grado de inclinación menos pronunciado en los graderios. Fue este parecido el que llevó a pensar que el mismo había sido construido por los romanos, pero después de recientes excavaciones, entre los eruditos toma fuerza la creencia que el mismo fue construido por los nabateos en el primer siglo de nuestra era.
Tumba de la Urna.
TUMBAS REALES: Son tres, de aspecto realmente impresionante. Vistas desde la Calle de las Columnas, talladas en la pared vertical que forma el cañón, semejan templos griegos. La primera es la Tumba de la urna, apoyada sobre una terraza la cual descansa sobre una doble arcada de bóvedas. Le sigue la Tumba Corintina y por último la Tumba de Palacio que es la única simulación de edificio de tres plantas que hemos podido observar en todo el complejo.
Avenida de las Columnas.
Hay quien afirma que la primera de ellas cobijó los restos del rey nabateo, Maluchos II, pero nada de esto está probado. Ni siquiera lo está que realmente fuesen tumbas, pero el transcurrir de los años y la imaginación popular, las bautizó como tales.
CALLE DE LAS COLUMNAS: Vista hoy, tal cual, parece que fuese la calle principal, pero, al contrario de lo que sucedía en las ciudades romanas, cuyo cardo, o eje principal, transcurría de norte a sur, dicha calle está orientada este oeste.
Templo de Dushara, dios de los nabateos.
TEMPLO DE DUSHARA: Es el único edificio de Petra construido piedra sobre piedra y no tallado en la roca, como el resto ellos. Es evidente que un edificio con unas peculiaridades tan diferentes a los demás, debió estar dedicado a alguien muy especial. Y así es. El edificio era la morada del dios de los nabateos. El dios Dushara.
Posee Petra, centenares, tal vez, miles de edificios, tumbas y cuevas. Con los aquí mencionados solo queremos ofrecer una pequeña, pequeñísima muestra de los tesoros arquitectónicos y arqueológicos que esconde esta enigmática civilización, en gran parte, aún por descubrir.
Hace unos días leí en algún lugar: «Si solo vas a ver un lugar en Jordania, o incluso en Oriente Medio, has que este seaPETRA».
Como quiera que mis años empiezan a enseñarme que no debo dejarme llevar por el fanatismo, la frase anterior la cambiaría por la siguiente: Si vas a Jordania, o incluso a Oriente Medio, no dejes de visitar PETRA.
Nuweiba se encuentra situada en la península del Sinaí, a dos tercios de camino entre Sharm el Sheikh y la ciudades de Eilot (Israel) y Acaba (Jordania).
La primera impresión que tenemos de ella, después de dejar atrás las intrincadas vueltas y revueltas que da la carretera que une Santa Catalina con las transparentes, claras y esmeraldas aguas del Mar Rojo, es decepcionante.
El Sinaí
Es Nuweiba una ciudad situada, sociologicamente hablando, en tierra de nadie. No posee ni el exotismo o intriga de un poblado beduino, ni el dinamismo y la vitalidad que caracteriza a los pueblos o ciudades árabes. Compuesta por algunos destartalados edificios. No viejos en el tiempo, pero sí en el aspecto, entre los que se encuentran un par de bancos, uno de ellos cerrado. Alguna que otra factoría dedicada a la industria del pescado, así como algunos comercios que hacen la función de tienda, almacén, bar etc. Los mismos se encuentran esparcidos anárquicamente por una pequeña llanura, seca y árida, atenazados entre el mar y la montaña.
Paseando
Lo que destaca en ella, obviamente, es el puerto en el que se encuentra atracado un carguero de mediano tonelaje, que resultó ser el encargado de transportar personas y mercancías entre Nuwaiba y Ácaba, ya en tierras jordánas y meta de nuestro próximo destino.
Un joven fuerte y de aspecto reposado, adornado con chislaba negra, blanco turbante y pobladisima larga barba negra que le dan aspecto, mas de talibán afgano que de comerciante egipcio, me da a entender con sus gestos, que pregunte a otro señor que se encuentra cerca de él, ya que él no entiende lo que le pregunto.
El segundo interpelado me informa, en un inglés bastante bueno, donde están las oficinas para comprar los pasajes del transbordador encargado de llevarnos a Ácaba.
«Una vez más triunfa en el hombre lo fácil, ante el miedo a lo desconocido»
En la ventanilla el encargado de vender los pasajes, un egipcio alegre y hablador, me aclara que hay dos formas de hacer el viaje; «Con el barco de toda la vida», cuya travesía dura de 3 a 6 horas, según la dirección e intensidad del viento, o con el moderno hovercraft cuyo viaje dura solo una hora y media.
El autor con emigrante irakí en Jordania
Ambos tienen la salida prevista para la una del mediodía. Ante la posibilidad de llegar de noche a una ciudad, portuaria y fronteriza, en un país totalmente desconocido, si tomamos el viejo barco. Nos decantamos por la segunda alternativa, a pesar de ser mas cara y posiblemente mas interesante.
¡Una vez más triunfa en el hombre lo fácil ante el miedo a lo desconocido!
Rico en grasas, pobre en materia gris.
Después de superar los correspondientes tramites de aduana, sin ningún tipo de contratiempo, entramos en una inmensa nave, que cumple las funciones de sala de espera. En la misma se hacina una multitud de jóvenes egipcios, todos hombres, que van a trabajar a Jordania, -según supimos después-, algunos occidentales y dos chicas japonesas.
Nuweiba-Ácaba 1.5 horas
La salida de nuestro barco se retrasa hasta las tres de la tarde, el otro aún seguía atracado cuando nosotros zarpamos.
Durante estas tres horas de espera vivimos las escenas mas desagradables y tercermundistas que hallamos vivido en los últimos tiempos, en este u otro viaje. Dichos hechos trajeron a mi memoria escenas de nuestro pasado, cuando nuestras condiciones de vida eran similares a las que hoy padecen estos jóvenes. En estas escenas intervenían, a partes iguales; la brutalidad, incultura y falta de sensibilidad de un sargento de la policía egipcia -como constaba en el brazalete rojo que portaba en su brazo izquierdo- y la desmedida masificacion de los cientos de jóvenes emigrantes que esperaban para embarcar.
Periódicamente, el antes citado sargento, -idéntico en aspecto y ferocidad al siniestro personaje que interpreta al funcionario de prisiones turco en la película «El expreso de Medianoche»- se plantabaen la puerta de la inmensa nave que daba al muelle y, rodeado de soldados armados conmetralletas,comenzaba a vociferar con voz bronca y desagradable, mas parecida al berrido de un camello que a cualquier sonido surgido de garganta humana.
En respuesta a tales llamadas la muchedumbre se lanzaba, sin orden ni concierto, hacia el lugar dónde él se encontraba empujándose unos a otros, pugnando entre ellos por conquistar los primeros puestos de aquella masa anónima. De allí los iba arrancando nuestro hombre a empellones, manotazos y patadas para cargarlos en una plataforma que, tirada de un tractor, los transportaba al barco que, atracado en el muelle, iba engullendo una oleada tras otra.
Al fin, cuando éste tiránico faraón sin tierras -rico en grasas y pobre en materia gris, de toscos modales y ninguna sensibilidad,- vació la nave, nos tocó el turno al pequeño grupo que, arrinconados, esperábamos nuestro turno. Avergonzados unos, temerosos otros, fuimos llevado a la moderna motonave que, llena de lujos y comodidades, nos depositó en el puerto de Ácaba, seguramente antes de que ellos partieran de Nuwaiba.
Playa del Mar Rojo
Aquí, en este apartado rincón del mundo, las claras aguas, verde esmeralda, del Mar Rojo, lamen por igual las arenas de las playas de la península del Sinaí, Eliot y Ácaba, sin establecer diferencias entre las tierras hebreas o islámicas. Acariciando los morenos cuerpos de hombres y mujeres, sin discriminar a nadie por razones de razas, nacionalidades o credos religiosos.
¡Una vez más, la Naturaleza da muestras de ser mas inteligente que los hombres!.
La estación de ferrocarriles Ramsé II de El Cairo, a la que llegamos a las dos de la tarde -procedentes de la lluviosa Alejandría-, es una de esas estaciones que escogería cualquier director de cine, para escenificar situaciones donde el papel del tren -y su mundo- tuviesen que jugar un fuerte impacto en el espíritu del espectador.
Es un edificio grande y destartalado, de paredes grises, rematadas por una bóveda de cristal y hierro.
Por sus andenes, abarrotados por un gentío de los mas variados personajes, destacan los negros caftanes que visten las señoras de mas edad, en contraste con la indumentaria mas alegre y moderna de las mas jóvenes. Del cuello de todas ellas cuelgan macizas cadenas de oro, que tanto les gusta lucir a las mujeres egipcias.
Se ven campesinos, hombres de negocios, vendedores, mendigos y militares, que suben y bajan de los comboyes que llegan y parten hacia los diferentes destinos del país.
Estación Ramse II (El Cairo)
Sentados en los bancos de esta gran nave se pueden pasar horas y horas, viendo transcurrir el Gran Teatro del Mundo, representado inconscientemente por estos miles de actores anónimos.
En la Oficina de Información que existe en la propia estación, nos informan, previa solicitud nuestra, de la imposibilidad de viajar por las aguas del Canal de Suez para viajeros independientes. Hasta el día de hoy no existe ningún barco de pasaje que cubra el trayecto Port Said – Suez. Como quiera que hacer este trayecto era una de las metas de este viaje, la información nos deja un tanto frustrados. No obstante asumimos -que remedio- que estas cosas forman parte del viaje. Ya que, cuando se viaja por libre,: El hombre propone y las circunstancias disponen.
La ciudad mas joven del milenario Egipto
Ante tal imprevisto y sabedores de que, tanto Suez como Port Said no son ciudades que tengan mucho que ofrecer a los ojos del viajero, decidimos salir en autobús hacia Ismailía.
Ismailía
Esta ciudad, fundada por Ferdinand Lessep en la década de los cincuenta del siglo XIX, se encuentra a unos 50 Kilómetros al norte de Suez a orillas del Canal, junto al lago Tinsah. El nombre de la misma es en honor del Jedive Ismael, amigo personal de Lessep.
La misma nació y creció con el canal, ya que su origen no fue otra cosa que el lugar donde residieron, tanto Lessep como todo el equipo técnico que dirigió las obras del canal que separaría África de Asia y uniría el Mar Rojo con el Mediterráneo. Acortando en miles de millas marinas la navegación entre Europa y Asia.
La ciudad mas joven del milenario Egipto, es un lugar; agradable, tranquilo, limpio y con bastantes parques. En ella contactamos con Faruk, propietario de un viejo Lada, del que se siente muy orgulloso.
Después del correspondiente tira y afloja que caracteriza todo trato en el mundo árabe, llegamos a un acuerdo, a través del cual -ademas de mostrarnos la ciudad- nos llevará en su coche hasta Nuweiba a orillas del mar Rojo, después de pernoctar en la aldea que hay junto al Monasterio de Santa Catalina, a los pies del Monte Sinaí, en pleno desierto del mismo nombre.
Casa de Lessep en Ismailía
Después de visitar la casa que habitó Lessep mientras dirigía las faraónicas obras del canal – casa convertida hoy en museo- nos dirigimos hacia el sur. El viejo Lada se desliza cansínamente por la carretera que discurre cercana a la orilla derecha del canal. A derecha e izquierda de la misma desfilan enormes plantaciones de mangos, regadas por las aguas dulces del lago Tinsah.
El desierto del éxodo
Entrada al tunel
Unos diez o quince kilómetros antes de llegar a la ciudad de Suéz, giramos a la izquierda y pasamos a la península del Sinaí por el túnel que construyeron los egipcios por debajo del canal después de los acuerdos de Camp David, con el fin terminar con el aislamiento de la península del resto del país.
Tunel bajo el Canal de Suez
A partir de ahora empezamos a movernos por los «Caminos mas viejos del Mundo», como nos dice Faruk. Por ellos, según el Antiguo Testamento, deambuló Moisés durante 40 años en busca de la Tierra Prometida al pueblo de Israel.
Es el Sinaí, como indica su propio nombre, el desierto del odio. (Según El viejo Testamento los hebreos serian odiados por todos los pueblos de la Tierra desde el momento que Javéh los eligió como pueblo, al entregar a Moisés Los Diez Mandamientos en la cima del Monte Sinaí). Odio que los llevaría a vagar por él en un interminable éxodo huyendo del poder faraónico, a través de las agrestes montañas e inhóspitos valles que forman esta desolada tierra.
Hoy en día, a pesar de que muchos de sus caminos están asfaltados, y rotuladas sus intersecciones. El Sinaí sigue conservando la grandeza de todos los desiertos del mundo.
¿Quien es el intruso, él o nosotros?
Nosotros, después de superar incontables controles militares, (Solo comparables, en número, a los que padecí años atrás, en el Estado de Chiapas cuando viajaba por carretera, como en esta ocasión) llegamos a los pies del Monte Sinaí al atardecer. Después de habernos embriagados, durante el camino, con una apasionante sinfonía de colores. Según la hora del día y la orientación del sol, los tonos que forman sus rayos al revolcarse por estas áridas tierras, pasan del azul zafiro al negro azabache, del violeta al rojo encendido. Formando en ocasiones una mezcla de todos ellos como si nos encontrásemos inmersos en la paleta del más subrrealísta de los pintores que haya dado la Humanidad.
El Sinaí
¿Como es posible que esta tierra haya servido tantas veces de campo de batalla, y que sus estériles valles sirvan de tumba a jóvenes vidas, segadas, la mayoría de las veces, sin saber por qué ni para qué?.
Un largo camino hacia la muerte
Monasterio Santa Catalina
Con las primeras sombras del anochecer cayendo sobre este hermoso valle, indagamos en la aldea beduina que da calor humano a este paraje, la posibilidad de encontrar algún guía que nos conduzca a la cima del monte donde, según la leyenda, Javéh entregó a Moisés las Tablas de la Ley por las que debería regirse en el futuro su pueblo.
Por fin, después de las pertinentes pesquisas, encontramos a Said y Alí, los cuales nos harán; el primero de guía y el segundo facilitará el camello que necesitamos para la larga y dura marcha de tres horas que dura la ascensión a los 2.285 metros de altura que tiene la montaña.
A la 1.30 de la madrugada pasan a recogernos Said y el camello de Alí
Con un intenso frío, y una clara noche de luna, dirigimos nuestros pasos por la sinuosa senda que conduce a la cumbre de la mas sagrada de las montañas del mundo cristiano y musulmán.
Una hora mas tarde,Said detiene el camello, a lomos del cual cabalga mi mujer y tomándome del brazo, me acerca a una roca de unos 2.50 metros de altura por 2.00 metros de ancha, en la que se observan algunas irregularidades, y con la frágil vara que lleva para hostigar al camello, golpea la piedra y dice: «Esta es la roca de la que brotó el agua al ser golpeada por Moisés»
Se puede ser cristiano o musulmán, creyente o ateo, pero oír la anterior afirmación de los labios de un joven beduino, a estas horas de la noche, en semejante lugar, con una luz y un silencio sepulcrales, es algo que impacta fuertemente en el ánimo de cualquiera.
Continuamos nuestro nocturno camino hasta el anfiteatro conocido con el nombre de «Los sesenta ancianos de Israel», donde se encuentra la ermita de San Esteban. Aquí se quedan Said y el camello de Alí. Nosotros seguimos ascendiendo por los 750 peldaños que nos restan hasta llegar a la cima. Los escalones han sido tallados, en el suelo rocoso, por los monjes del Monasterio de Santa Catalina .
Amanecer en el Sinaí
Junto a los muros de la restaurada capilla de laSantísima Trinidad, (Mandada construir por Justiniano en el 530 de nuestra era), acariciados por un gélido viento que azota nuestros ateridos cuerpos, vemos despuntar los primeros rayos del padre Rá, por las lejanas cumbres que forman frontera con el vecino estado de Israel.
Junto a nosotros, un grupo de cristianos nigeriános, desplazados a este -para ellos- sagrado lugar, entonan cánticos de alabanzas al Señor.
Volviendo al valle
Nosotros, después de machacarnos las rodillas bajando los 750 peldaños que separan la ermita de San Esteban de la capilla de La Santisima Trinidad, nos encontramos con Said. Con él saboreamos un sabroso té que nos supo a gloria, después del frío pasado en la cima del Sinaí.
Mientras tomábamos el té intercambiamos una chislaba por un viejo móvil que no funcionaba.
Supongo que él haría con el móvil lo que yo con la chislaba; tirarlo.
Pero para los habitantes del desierto, sean, tuaregs, bereberes o beduinos La Sal de la Vida es el intercambio. Sin trueque, sin «trapicheo» la vida solo es: «Un largo camino hacia la muerte».
Poco después, iniciamos el descenso hacia el fondo del valle, donde nos espera Faruk con su viejo Lada, para proseguir nuestro viaje hacia el Golfo de Acaba.
Hace muchos, muchos años – más de medio siglo- se despertó en mí la ilusión y el deseo de conocer alguna vez la ciudad de Alejandría.
Por aquel entonces dedicaba muchas de mis pocas horas libres, a leer biografías de personajes célebres, ya fuesen hombres o mujeres, científicos, literatos o guerreros: Aníbal, Marie Curie, Julio César,Juana de Arco, Ciro o Alejandro Magno.
Había una anécdota en la biografía de este último en la que constaba que cuando su padre – al cumplir los diez y seis año- le regaló un indómito potro y ver con que facilidad el joven hacía de él lo que hombres más maduros no habían conseguido: Reducirlo a dócil corcel, aquel le dijo: «Alejándro, Macedonia es demasiado pequeña para ti, sal y conquista el mundo» .
¡Conquistar el mundo! Conquistar el mundo no significa necesariamente que sea desde el punto de vista militar. Los escritores lo hacen con su pluma, los pintores con sus pinceles, en el escenario las actrices y con su fortaleza física los atletas.
Llegar a cada rincón del planeta
Se puede conquistar el mundo pacíficamente, vagabundeando por él, llegando a cada rincón de nuestro planeta, mezclándose con la gente de otros pueblos. Conociendo otras culturas y civilizaciones, conviviendo con ellas, gozando y sufriendo con las alegrías y las penas de los demás. ¡Viajar es conquistar el mundo!
otras culturas
En su relato de la fundación de Alejandría, Plutarco cuenta que Alejándro Magno conoció el emplazamiento de la ciudad por medio de Homero, quien se le apareció una noche en sueños y pronunció los siguientes versos:
«Una isla hay en el mar profundo, enfrente el Egipto fecundo. Que por el nombre de faro es conocida»
Así que debido a éste sueño del más joven general de todos los tiempos, se funda en 331 antes de Cristo, la que más tarde llegaría a ser una de las ciudades más importantes del Imperio Romano.
Proyecto de la ciudad
Fue el arquitecto Dinócrates el encargado del proyecto de la ciudad, que se emplazaría en el lugar que ocupó la antigua ciudad egipcia de Ahakatis. Justo en los límites del desierto líbico y el fértil valle que forma el Delta del Nilo al desembocar en el Mediterráneo.
Estación de El Cairo
El expreso que nos lleva desde El Cairo a Alejandría, cubre la distancia de 270 Kms. – que separa ambas ciudades- en dos horas y cuarto. El precio del billete es de 30 libras ( unos 20. €) en primera clase. La confortabilidad de los coches son equiparables a los de los Talgos 200.
En el convoy existe un vagón-restaurante que apenas está concurrido Posiblemente debido a la poca duración del viaje. Tanto la salida como la llegada (pendular cada hora) se realizan con puntualidad de AVE.
El tren se desliza veloz, pero placenteramente, por la inmensa llanura que ha formado el padre de todos los ríos africanos al ir depositando sus sedimentos en el milenario delta.
El Cairo, Port Said y Alejandría son los tres vértices de éste basto triángulo, en cuya base -a un cuarto de la distancia que separa Alejandría de Port Said- se encuentra Rosseta. Ciudad donde se encontró la famosa piedra del mismo nombre, que sirvió de base para que el francés Pompillón pudiera descifrar la escritura geroglífica del antiguo Egipto. Descubrimiento que abrió las puertas al entendimiento y estudio de la civilización faraónica, poniendo al descubierto uno de los enigmas mejor guardado de todos los tiempos.
Las mismas artes y formas
A izquierda y derecha de nuestras ventanillas desfilan infinitos campos cultivados, formando perfectas figuras geométricas, dentro de las que trabajan afanósamente, encorvados sobre sus espaldas, los campesinos egipcios.
Aran, siembran, siegan, plantan o recolectan; alfalfa, maíz, coles, lechugas, habas u otras hortalizas o cereales. Mientras otros labriegos, a lomos de sus pequeños borriquíllos -o simplemente a pié- se desplazan solícitamente por los caminos que discurren al borde de los innumerables canales que surcan las anegadas tierras.
Niños del Delta del Nilo
Los niños, inmersos en sus graciosas chislabas, corretean o ayudan a sus padres, mientras las mujeres lavan la ropa en las orillas de los canales o riachuelos con las mismas artes y formas que lo hacían hace 3.000 ó 4.000 años. Observando este mosaico humano se siente la sensación de que el reloj se ha quedado parado hace mucho tiempo en esta zona del planeta.
Abul Abbas Al-Mursí
Centenares, miles de palmeras lo invaden todo, formando un paisaje idílico y soñoliento, cuyo verde inmaculado solo es salvájemente roto por los sucios pueblos y mugrientas aldeas de estrechas y fangosas callejuelas situadas a ambos lados del ferrocarril. Las mismas parecen indicarnos, con su esperpéntica presencia, que ellas son la frontera entre lo onírico y lo real.
Los barrios que nos anuncian la proximidad de Alejandría, al igual que los dejados atrás al abandonar El Cairo, están terriblemente sucios. Sus casas, cuyos balcones nadie se preocupó de adornar con la más raquítica de las plantas, están sucias y descuidadas, dando la sensación de estar inacabadas. Sus estructuras de ladrillos grisáceos, enmarcados por pilares y forjados de hormigón, nadie se preocupó de enfoscar y/o pintar.*
barrios de Alejandría
Cuando después de abandonar la estación, nos adentramos en el área donde estaba enclavada la vieja Alejandría, nada nos indica el más mínimo signo de la fastuosidad de su glorioso pasado.
Lo poco destacado que posee hoy Alejadría es – entre otras cosas- la mezquita Abul Abbás Al-Mursí que, con su forma octogonal y sus 3.000 m/2, hacen de ella una obra poco frecuente en la arquitectura religiosa musulmana.
Esta mezquita es la principal de la ciudad y debe su nombre al santo andaluz; Sidi Abul Abbas Al-Murcis que vivió en el siglo XIII de nuestra era. Cuando decimos andaluz debe entenderse español, ya que Al Mursi -como su nombre indica- nació en Murcia y no en lo que hoy es Andalucía.
Zocos
Los zocos son otros de los atractivos que podemos apreciar en la magna ciudad.
Zoco
Entre ellos se encuentran el Suk Libia y el Suk Al- Magharba -o zoco de los magrebies- con sus famosos puestos de hierbas aromáticas y medicinales.
No existe su legendario faro, imán y guía de almirantes, piratas y mercaderes. Ni las agujas de Cleopatra (Ya en su día, se encargaron los expoliadores del mundo de arrancarlas de su sitio y llevárselas a Londres y Nueva York respectivamente), ni sus famosos aljibes, orgullo urbanístico y arquitectónico de su tiempo. Ni la Puerta de Rosseta, que daba entrada al barrio griego. Nada queda de su mundialmente famosa biblioteca.
Pocas, poquísimas cosas quedan para destacar de la fastuosa Alejandría con que soñó Alejandro y cantaron los poetas helenos.
¡Oh Alejandría…….poco has sabido agradecer a aquel que te dio vida, la fe que en ti puso!.
Has vejado el nombre del cual tú lo heredastes entregándote a sucesivos y anónimos salteadores que, solo fueron dejando en ti, la vulgaridad de la que eran portadores. Arrancándote cada uno de ellos, piedra a piedra, mosaico a mosaico, obelisco a obelisco, lo mejor de tu cuerpo, como sucede con las prostitutas de lujo, cuyos cuerpos en nada se diferencian de los de las vulgares rameras, al final de sus tristes vidas.
Paco Vidal
* Después supimos que las dejan premeditadamente «sin terminar» Ya que al no estar terminadas, no deben registrarlas, con lo cual no pagan impuestos.
Comienza aquí un trabajo que denominamos «cuna de civilizaciones», en honor a las tierras por las que viajamos, que consta de nueve partes. Cada una de ellas puede leerse por separado, aunque quizás sería mas acertado seguir un orden, sobre todo en el plano geográfico. Con tal fin las hemos clasificados de forma cardinal.
(Cuna de civilizaciones, 1)
¡Todos a Egipto!
En la década de los ochenta, cuando España empezó a despertar del dilatado letargo político y social que había vivido, el deseo de viajar y vivir in situ otros mundos y otras culturas, prendió en amplios sectores de la sociedad. Viajar estaba al alcance de las clases medias (por ciertos muy numerosas en aquella época) y hacerlo daba un cierto prestigio social.
Los, «emprendedores» (entonces se llamaban de otra manera) se dieron cuenta del fenómeno y las agencias de viajes surgieron como hongos en pueblos y ciudades.
Por motivos obvios, Egipto figuraba en todos los escaparates y folletos de dichas agencias como destino turístico preferente.
Por motivos obvios, Egipto figuraba en todos los escaparates y folletos de dichas agencias como destino turístico preferente. Como consecuencia, los vientres de los vuelos chárter comenzaron a lanzar oleadas de turistas, sobre suelo egipcio.
Todo el que volvía del «País de los Faraones» contaba y no acababa. Sus templos, su civilización, su historia, su mitología. Todo en Egipto parecía que tuviera que ser bueno. Y sabido es que las alabanzas continuadas, llegan a producir rechazo. Si a esto sumamos el factor de que Egipto parecía estar hecho solo para egiptólogos, periodistas y agencias de viajes, quizás sean motivos suficientes para justificar, o al menos entender, que décadas más tarde, el país de los Faraones, aún no formara parte del contenido de nuestra «Mochila de Viajes».
Los colosos de Memnon.
Los que sigan mi Blog ya se habrán dado cuenta que no soy ni lo primero ni lo segundo, y los viajes organizados nos gustan tan poco que, normalmente, nuestros viajes los vamos «organizando» según avanzamos en el mismo.
Pero he aquí que, un día de febrero de la primera década del siglo XXI me encuentro en la habitación de un hotelito de un pequeño pueblo de la Alta Galilea, no lejos de la frontera libanesa, tratando de poner en orden mis apuntes y mis pensamientos, acerca del viaje tantas veces postergados y por fin realizado. Hoy, después de haberlo hecho, pienso que había bastante razón en las dudas planteadas al principio de este escrito. Ese escondido temor a que Egipto no calase en mí, se ha hecho realidad.
Egipto, sobre todo el de los folletines, los cruceros por el Nilo y los circuitos programados -a riesgo de ser tildado de paleto, excéntrico o patán- no me gusta.
Avenida de las esfinges, templo de Amón
Hay que reconocer que la civilización y la cultura faraónica, con sus templos, palacios y tumbas, son fascinantes. De todos es conocido el grado de perfeccionamiento alcanzado por sus sabios en el control y dominio de las matemáticas, la astronomía, la arquitectura, la ciencia y las artes en general. Sin embargo, justo es considerar que paralelo a este esplendor, existía una sociedad que subsistía en la más absoluta miseria,tanto física como espiritual, tiranizada, humillada y engañada por la realeza, los escribas y el clero.
Generalmente en los catálogos y folletines que nos hablan de Egipto, lo que nos ofrecen son hermosas fotografías y magnificas perspectivas de sus monumentos. Los mismos existen. Pero, además de tenerlos, las autoridades competentes deberían cuidarlos, cosa que solo hacen de manera muy limitada.
¡Oh España!, Barcelona, Madrid, Al-Ándalus…..
A pesar de jugar un papel preponderante en el mundo árabe, aunque cada día menos. Egipto tiene uno de los niveles de vida más bajos del mundo islámico, si exceptuamos, claro está, aquellos que se encuentran envueltos en conflictos bélicos.
De todos es conocido a la presión que es sometido continuamente el turista en cualquier país árabe, con una oferta de productos y mercancías, la mayoría de las veces engañosa y enmascarada en la por ellos denominada «hospitalidad árabe». Si en general es así, en Egipto llega a ser realmente insoportable. Mucho más que en Marruecos, Túnez o Jordania. En esta última apenas existe.
Falucas, surcando el Nilo.
La «hospitalidad» consiste en invitarte a tomar un te, y entre sorbo y sorbo tratar de venderte un producto por ocho o diez veces el importe que pagaría por él cualquier nativo. Consiste en llegar a una ciudad, y al ir a tomar un taxi, tratar de sacarte 20 € por un recorrido que no vale ni 3 euros. Consiste en dirigirse a ti por la calle con el clásico Where come do You from? Y cuando contestas, de España, exclamar: ¡Oh de España!, Barcelona, Madrid, Al Andalus, hermano, y acto seguido tratar de convencerte para que le compres, desde la más insignificante de las baratijas hasta el autobús que va pasando por la calle en aquel momento.
¡Joder con los amigos, los hermanos y la hospitalidad!. Aquí espabilas o terminas cargado de escarabajos de bronce -en realidad son de yeso- tan refinadamente falsificados que solo te das cuenta del timo cuando los golpeas con un martillo y los dichosos «escarabajítos de la suerte» se convierten en polvo blanco, y los bolsillos vacíos. Lo peor de todo este «patrañeo», es que en el mismo está metido, salvo honrosas excepciones, desde el guía oficial, hasta el personal del hotel dónde te hospedas.
Si a este continuo «estar en guardia» le sumamos el estado de suciedad y abandono en el que se encuentran la mayoría de los edificios y ruinas, la «experiencia» puede llegar a ser bastante fastidiosa.
Con especial desagrado recordamos la visita al templo Kom Ombo donde se venera al dios Sobek, al que conducen unas calles que, más parecen llevarnos a un vertedero, que a uno de los máximos exponentes de la milenaria civilización egipcia. Una vez en el templo comprobamos que lo visto en las calles solo era el preludio de lo que nos esperaba en la morada de los dioses. ¡Montones de basura y escombros por doquier!.
Valle de los Reyes.
Francamente, creemos que las autoridades egipcias deberían prestar más atención a la «gallina de los huevos de oro». De no hacerlo, quizás hubiese sido mejor, dejar estas magnificas obras bajo las arenas del desierto. De esta manera, al menos, no se deteriorarían.
Policía turística expulsándonos del recinto de las Pirámides.
El colmo de lo incomprensible nos sucedió visitando las Pirámides de Guiza y la Gran Esfinge de Jafra (Kefren). Cuando en una visita programada a las mismas, con autobús y entradas incluidas. A las 5 de la tarde la policía turística, encargada de la seguridad del turismo y los monumentos, nos expulsó del recinto de forma violenta, cargando, tanto a pie como con camellos, sobre el grupo de turistas que nos encontrábamos allí.
El Cairo, fascinante y caotico.
El Cairo es una ciudad, fascinante y caótica al mismo tiempo, sucia y polvorienta, sobre todo si se tiene la mala suerte de llegar a ella en medio de una espantosa tormenta de arena. El viento que soplaba de una manera endiablada, venía preñado de una arena fina y densa, cuyos granos se masticaban en la comida y se bebía con el te y el café, dejando una capa de polvo que impregnaba las paredes de los edificios, las aceras y el asfalto de las calles, las retinas de los ojos y hasta las mismas vísceras de nuestros cuerpos.
Dicen los expertos que el que haya conducido en Tailandia, Indonesia, o la India, es capaz de hacerlo en cualquier otra parte del mundo. El que suscribe lo ha hecho en las dos primeras. Sin embargo, no está seguro de ser capaz de hacerlo en esta selva de asfalto que son las arterias cairotas.
¿Cuantos millones tiene El Cairo?
El Cairo es posiblemente la segunda ciudad de África, después de Lagos. Aunque la cifra oficial de habitantes es de 7.500.000, a cada cairota que se le pregunta da una cifra diferente, contestando siempre de forma afirmativa a los millones que el demandante le diga. Así que estos unas veces son siete, otras diez y puede que incluso quince millones.
Sugestiva ciudad.
Sean los que fueren, la impresión que da cuando se transita por sus calles es que cada uno de ellos ha nacido con un volante entre sus manos y los dedos pegados al claxon.
Normalmente, en las grandes ciudades la inseguridad se encuentra en las aceras, debido a la delincuencia y otros factores similares. En El Cairo no existe este problema, por sus calles se puede pasear a cualquier hora con absoluta tranquilidad, sin el temor a ser victima de algún tipo de asalto o acto delictivo.
En esta ciudad, que según el decir de sus habitantes, o se ama o se odia, sin que de ella se pueda tener una opinión intermedia, el peligro y la inseguridad están en el asfalto de sus avenidas. Cruzar sus calles puede convertirse en una verdadera aventura ya que, absolutamente nadie respeta los semáforos, o los pasos de cebras.
Se cuenta que unos turistas que veían aterrorizados como el conductor del taxi que los llevaba se pasaba los cruces continuamente con los semáforos en rojo, observan atónitos cómo para en seco al llegar a uno cuyos semáforos están en verde. Preguntado el conductor ¿Porque paraba con el semáforo en verde si anteriormente se había saltado todos los cruces con los semáforos en rojo? Este contesta apático. Porque ahora le toca pasar a mis compañeros.
Generalmente los peatones forman grupos -de esta forma de proceder debe exceptuarse a los cairotas- antes de aventurarse a cruzar las grandes avenidas, dónde los conductores, con las manos apoyadas en el claxon, circulan sorteando todo cuanto se le pone por delante, ya sea peatón, vehículo, semáforo o agente de tráfico.
Milenaria pirámide.
Poco es el espacio de que disponemos, y poco el tiempo que estuvimos en el Egipto maleado, prioritariamente, por un turismo de apergaminada materia gris y abultado bolsillo, para emitir una opinión concienzuda de lo que es, o pueda ser, un pueblo tan controvertido como el egipcio. Así que nadie trate de buscar en estas lineas otra cosa que no sea la sencilla opinión de una observación superficial y simple de este enigmático país.
Si tuviese que describir todo lo expuesto metafóricamente. La descripción podría ser la siguiente: El Egipto turístico es un monstruo, cuyas fauces están en Assuan, el Nilo la arteria que alimenta su cuerpo, y El Cairo la parte más impúdica por la que arroja los excrementos, que a través de los alveolos de su delta desembocan en la cloaca mediterránea.