Este viaje empieza en Kathmandú mas, no sabemos dónde terminará. Posiblemente en Hong Kong, después de haber atravesado China en diversos medios de locomoción; coche, tren, barco, avión etc.. Algo de éste iremos desgranando en el transcurso del mismo, para deleite o fastidio de nuestros lectores. Si los hubieres.
(De Kathmandú a...?.I)
COMO SÍ DE PÉTREAS ESTATUAS SE TRATASE
Kathmandú comienza un nuevo despertar, rutinario y cotidiano, las sucias y mugrientas callejuelas de El Tahmel, corazón geográfico y comercial de la urbe, comienza su diaria lucha por la vida.
Sus soñolientos habitantes se desplazan, arrastrándose entre los restos de comida y verduras, dejados por los vendedores ambulantes al recoger sus puestecillos la noche anterior. Después de haberse disputado un trozo de acera – con otros vendedores-, para ofrecer los productos de sus huertos, sobre un trozo de plástico extendido en el suelo.
Son las siete de la mañana y el todo terreno que nos conduce a Kodari, en la frontera nepalo-tibetana, distante 155 Kms., da continuos virajes, tratando de sortear, no siempre con éxito, los socavones que adornan las maltratadas calles.
Atravesamos la Plaza Durban, -antorcha y guía de los hippies en la década de los sesentas del siglo pasado- tan concurrida y transitada a otras horas, pero tan solitaria e ignorada al amanecer.
Conforme nos alejamos del corazón de la ciudad, las viejas y nuevas construcciones se mezclan caprichósamente, y por doquier existen montones de escombros y basura, donde hurgan los famélicos perros tratando de encontrar algo con que saciar su hambre.
Bahrabise la venden los incontables organizadores de Tours que existen en la ciudad, como un lugar donde desplazarse desde Kathmandú para poder contemplar desde ella, la gran cordillera del Himalaya. Cuando llegamos a ella, sobre las nueve de la mañana, lo único que vemos son las nubes que envuelven sus cercanas colinas. Destartaladas construcciones, a medio terminar, y más montones de basura. La polución es altisíma y su tráfico caótico.
A partir de aquí la carretera deja de serlo, para convertirse en un camino de tierra, lleno de zanjas y socavónes, producidos por el intenso tráfico de grandes camiones que van y vienen a la ciudad fronteriza china de Changmú.
En Nepal se circula por la izquierda, pero en éste tramo de carretera cada uno lo hace por dónde puede. Aquí no manda la Ley, aquí manda la orografía, lo accidentado del camino y la pericia del conductor.
Por las laderas de las montañas, casi acantilados, que en épocas de lluvias hacen ésta vía prácticamente intransitable debido a los continuos corrimientos de tierra, caen cascadas de cristalinas aguas, que al llegar al valle se convierten en sucios y contaminados riachuelos que arrastran todo tipo de inmundicias, arrojadas a ellos por los habitantes de las aldeas y pueblos que atraviesan.
Kodari es más de los mismo, puestos, tenderetes y basura a lo largo de la carretera-calle que forma el pueblo.
El control fronterizo, punto hasta el cual se puede llegar con el vehículo, no es más que un destartalado edificio de una sola planta, en una esquina del cual hay un mostrador dónde nos sellan los pasaportes.
Además de los funcionarios, hay cambistas y algunos jóvenes que se ofrecen como porteadores para trasportar los equipajes hasta el punto de control chino, distante unos quinientos metros calle arriba.
Justo en el centro del puente que sirve de frontera entre ambos países, hay dos jovencísimos soldados del ejercito chino que, por su porte y comporte, más parecen autómatas que seres humanos. Son ellos los encargados del primer control de pasaportes y visas.
Unos cincuenta metros más adelante, justo dónde empieza la tierra firme, hay dos garitas de cristal, una a cada lado de la suntuosa puerta que conforma el deslumbrante ( en este entorno lo es ) edificio de la frontera china y, dentro de ellas, otros dos miembros del ejercito chino. Esta vez firmes y rígidos, como si de pétreas estatuas se tratasen.
El control chino estaba, hasta hace relativamente poco, a unos cinco o seis kilómetros tierra adentro. Pero hace un par de años inauguraron este complejo de acero, cristal y mármol.
Los controles y registros son estrictos y rigurosos, siendo la actitud y comportamiento de los funcionarios tal, que más que respeto dan miedo.
Aquí nos espera «Pablo» Pasang, nuestro guía de habla española en Tibet, el cual se encarga de tramitar el papeleo.
Nosotros tenemos los pasaportes y los visados, expedidos por la embajada china en Kathmandú. Él debe traernos el permiso especial para el Tibet. Sin el cual, ningún extranjero puede visitar esta zona de la República Popular de China.
Al efectuar el funcionario el correspondiente control, detecta que falta algún número en el mismo, o este está cambiado, lo que nos lleva una media hora de espera e incertidumbre hasta que, por fin, se aclara el equívoco.
Finalmente subimos al todo terreno que nos llevará a Lahsa a través del «Camino de la Amistad».
Changmú, lugar donde dormimos, es una ciudad completamente nueva, construida por los chinos colgada de una ladera en las estribaciones del Himalaya. La misma se levanta siguiendo los pronunciados zig zag que forma la carretera, de tal manera que los pisos inferiores de los edificios corresponden al zig de abajo, mientras los superiores corresponden al zag de arriba.
En ella se construye con frenesís, como en todas las ciudades chinas, hecho que pudimos constatar en días posteriores. ¿Estará viviendo China una burbuja inmobiliaria como la vivida en nuestro país hace unos años?.
Es en Changmú, dónde los camiones nepalies intercambian la mercancía indo-nepalí por la china. Hasta aquí llegan, pero de aquí no pasan.
Como quiera que este es el único punto fronterizo abierto entre Tibet y sus vecinos del sur: Bután, Nepal, India etc., la afluencia de peregrinos budistas de estos tres países es desmesurada, sobre todo en junio, que corresponde al mes de abril del calendario budista. Siendo este el mes santo del budismo, según nos informa nuestro guía, Páblo Pasang.
A los pies del Everest
Las vistas, desde la habitación de nuestro hotel, son espectaculares y es aquí donde vivimos nuestro primer amanecer en Tibet. Amanecer de un soleado día, que más tarde alcanzaría los 28-30 grados.
Los primeros kilómetros hacia la altiplanicie de Nyalam, transcurren por una carretera impecablemente pavimentada, que serpentea entre escarpadas cumbres y profundas gargantas.
El potente Land Creuser V-6 que llevamos, asciende sin dificultad por las empinadas pendientes que se alzan ante nosotros.
En menos de tres horas, hemos pasado de los frondosos y húmedos bosques de Changmú, situada a 2.600 metros de altitud, a las despobladas y áridas tierras que circundan el Pang La, con sus 5.050 n.s.n.m., uno de los pasos más elevados de la Carretera de la Amistad. Desde él se contempla un amplio horizonte de nevadas cumbres de la cordillera del Himalaya.
En Nasar, pequeña aldea tibetana, rodeados de niños de curtida piel y encallecidas manos, con las tapias de los corrales de las casas cubiertas de boñigas de yak, caminamos durante un rato, por un estrecho sendero, entre rebaños de cabras y ovejas. Nuestro objetivo es visitar la Pengyeling Nangkoding, cueva en la que pasó largos años de su vida el gran maestro Milarepa dedicado a la meditación y la enseñanza.
Nyalam es una extensa comarca de áridas tierras, dónde el ejercito chino tiene posesionado gran cantidad de soldados, atentos guardianes de su frontera suroccidental. La única aparente riqueza de éstas tierras son las pequeñas aldeas, en cuyos campos crece una raquítica cebada, con la que alimentar el ganado cuando el frío manto de hielo cubre todo cuanto abarca la vista y los animales deben permanecer en los corrales y cobertizos.
En Tingri saciamos nuestro apetito, después de larga espera, en un «restaurante» lúgubre y poco limpio. En el mismo, unas jóvenes muchachas cumplen las funciones del cocinero ya que, según nos dijeron, éste se había ido con sus hijos, puesto que hoy era «el día del niño» en el calendario tibetano.
Más tarde de lo previsto, nos desviamos de nuestra ruta, abandonando el cómodo asfalto, después de dejar atrás las últimas casa de Tingri.
Un palo atravesado en el pedregoso camino, nos indica que para seguir adelante hay que abonar el correspondiente peaje. Si no me traiciona la memoria; 400 Yuanes por el vehículo y 100 Yuanes por persona, ( aproximadamente100 € ). Debemos decir que esta cuota no es por circular por tan deplorable pista, sino por tener acceso al Campo Base Norte del Everets, que es a dónde conduce la pista en la que nos encontramos.
Desde Tingri hasta Rangbuk, monasterio situado en las estribaciones del Everets, hay 70 kilómetros de tortuosas pistas de tierra y piedras, flanqueadas en esta época del año de secos torrentes. En Rangbuk habitan unos monjes budistas que dan cobijo, previo pago, a los montañeros y/o a todo aquel que se aventure por estos lares.
Desde el monasterio, dónde hay una enorme explanada llena de innumerables puestecillos atiborrados de pretendida artesanía, con cuya venta intentan subsistir sus propietarios, hasta el Campo Base, hay todavía 8 kilómetros.
Estos últimos kilómetros hay que hacerlos a pie o bien en unos vehículos del Estado, ya que a partir de aquí los vehículos particulares tienen prohibido el paso.
Nosotros, gracias a la profesionalidad y el buen hacer del traumatólogo sevillano Dr. Rafaél Muela, nos permitimos acometer este pequeño trekking. De no ser por la exitosa implantación de rótula que dicho cirujano llevó a cabo en la rodilla de mi mujer, ella se hubiese visto obligada a quedarse en Rangbuk, o hacer este tramo en vehículo. Frustrando, de esta manera, un sueño largamente acariciado…¡Hacer a pie, al menos, estos escasos kilómetros de aproximación al Campo Base del Everets!
El monolito dónde se acredita la altura del lugar, 5.200 m.s.n.m., y que estamos en el campo base del Qomolangma, nombre del Everets en tibetano, está siempre cubierto por la más variada y pintoresca fauna humana, queriendo inmortalizar en su móvil tan señalado acontecimiento.
Aquí he visto, desde el clásico «aventurero de sofá», atiborrado de programas de National Geografy, ataviado con las «representativas» camisas con bolsillos hasta en el cuello y los clásicos pantalones con los característicos remiendos en las rodillas, hasta un tipo, chino por más señas, con traje, zapatos de charol y gabán.
Aunque hemos bajado de los 5.200 metros del campo base a los 4.000 que se encuentra Lahtse, el mal de altura se hace notar. A pesar de estar hidratándonos continuamente con agua caliente, líquido con el que te obsequian en todas partes.
La cena que nos sirven en el hotel es copiosa y variada, pero el malestar que produce la falta de oxígeno no nos permite saborearla.
La habitación es amplia y confortable, pero a la hora de ducharnos no hay agua caliente. Se conoce que con tanto beberla no queda para la ducha.
Loungtas en la lejanía
Desde las ocho de la mañana que emprendemos la marcha, hasta llegar a Shygatse, sobre las cinco de la tarde, dejamos atrás algunos de los grandes pasos de montaña de la ruta, como son el Yulong La, o el Tra La, todos ellos visibles en la lejanía debido a la gran cantidad de Lougtas o «caballitos del viento» que los adornan. Sobre los mismos se hayan escrito Mantras u oraciones budistas.
El Monasterio Sayka, comprendido entre los cuatro más importantes del budismo tibetano, lo dejamos atrás pues, aunque estaba en nuestros planes dedicarle una visita, por ser el abril budista, un mes santo, el monasterio está cerrado para los extranjeros.
Cuando llegamos a Gyantse, la segunda ciudad en importancia de Tibet, no tenemos gana para otra cosa que no sea; ducharnos y a la cama. La altura está pegando fuerte en nuestro organismo.
El Grand Gyantse Hotel, es un cuatro estrella que para si lo desearían muchas ciudades europeas. La cama mide 3 x 2 y las habitaciones, pasillos y zonas comunes son realmente espaciosas.
El dueño es un tibetano que se ha hecho millonario, ( En la China comunista abundan más que en cualquier otra parte del mundo ) comercializando mantequilla de yak.
No es que los tibetanos sean unos devoradores de mantequilla de yak, lo que sucede es que la misma se usa, desde protección solar hasta combustible para alimentar los miles y millones de velas que alumbran las estatuas de Buda, esparcidas por este inmenso territorio.
La noche se hace larguísima y a las cinco de la mañana decidimos levantarnos y salir a dar un paseo, con el fin de respirar aire fresco que nos libere, en lo posible, de la sensación de asfixia que sentimos dentro de la habitación.
Por las calles transitan, apresuradamente, los fieles con el Masa, (rosario budista) en la mano izquierda, mientras con la derecha giran incansablemente, en el sentido de las agujas del reloj, el Mani Korlo o rueda de plegarias, en cuyo interior portan una, o más Mantras.
En la explanada que existe ante el enorme Tashilhumpo, segundo Monasterio en cuanto a tamaño e importancia del Tibet. Los fieles más devotos o fanáticos se lanzan al suelo, a todo lo largo de su cuerpo, una y otra vez, en un ejercicio agotador e interminable.
Hasta Lhasa, aún nos quedan tres o cuatro pasos de montaña, entre los que destaca el Khamba La, después de haber dejado atrás el lago Yandrok, uno de los más altos del mundo, situado a 4.490 m.s.n.m..
La bajada desde el Kahmba La, situado a unos 60 kilómetros de la capital, es, caprichosamente vertiginosa, con curvas y recurvas colgadas de escarpados precipicios que, sobre todo cuando no es uno el que conduce, le parecen realmente espeluznantes.
Por fin, sobre las siete de la tarde, entramos en la capital del Tibet, situada a 3600 metros de altitud, acunada sobre un hermoso valle, por una autopista flanqueada de bellos jardines y elaborados huertos.
Paco Vidal