SUGESTIVO HIMALAYA

Este viaje empieza en Kathmandú mas, no sabemos dónde terminará. Posiblemente en Hong Kong, después de haber atravesado China en diversos medios de locomoción; coche, tren, barco, avión etc.. Algo de éste iremos desgranando en el transcurso del mismo, para deleite o fastidio de nuestros lectores. Si los hubieres.

                       (De Kathmandú a...?.I)

COMO SÍ DE  PÉTREAS ESTATUAS SE TRATASE

Kathmandú comienza un nuevo despertar, rutinario y cotidiano, las sucias y mugrientas callejuelas de El Tahmel, corazón geográfico y comercial de la urbe, comienza su diaria lucha por la vida.

Sus soñolientos habitantes se desplazan, arrastrándose entre los restos de comida y verduras, dejados por los vendedores ambulantes al recoger sus puestecillos la noche anterior. Después de haberse disputado un trozo de acera – con otros vendedores-, para ofrecer los productos de sus huertos, sobre un trozo de plástico extendido en el suelo.

Son las siete de la mañana y el todo terreno que nos conduce a Kodari, en la frontera nepalo-tibetana, distante 155 Kms., da continuos virajes, tratando de sortear, no siempre con éxito, los socavones que adornan las maltratadas calles.

Atravesamos la Plaza Durban, -antorcha y guía de los hippies en la década de los sesentas del siglo pasado-  tan concurrida y transitada a otras horas, pero tan solitaria e ignorada al amanecer.

Conforme nos alejamos del corazón de la ciudad, las viejas y nuevas construcciones se mezclan caprichósamente, y por doquier existen montones de escombros y basura, donde hurgan los famélicos perros tratando de encontrar algo con que saciar su hambre.

Bahrabise la venden los incontables organizadores de Tours que existen en la ciudad, como un lugar donde desplazarse desde Kathmandú para poder contemplar desde ella, la gran cordillera del Himalaya. Cuando llegamos a ella, sobre las nueve de la mañana, lo único que vemos son las nubes que envuelven sus cercanas colinas. Destartaladas construcciones, a medio terminar, y más montones de basura. La polución es altisíma  y su tráfico caótico.

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Carretera nepalí

A partir de aquí la carretera deja de serlo, para convertirse en un camino de tierra, lleno de zanjas y socavónes, producidos por el intenso tráfico de grandes camiones que van y vienen a la ciudad fronteriza china de Changmú.

En Nepal se circula por la izquierda, pero en éste tramo de carretera cada uno lo hace por dónde puede. Aquí no manda la Ley, aquí manda la orografía, lo accidentado del camino y la pericia del conductor.

Por las laderas de las montañas, casi acantilados, que en épocas de lluvias hacen ésta vía prácticamente intransitable debido a los continuos corrimientos de tierra, caen cascadas de cristalinas aguas, que al llegar al valle se convierten en sucios y contaminados riachuelos que arrastran todo tipo de inmundicias, arrojadas a ellos por los habitantes de las aldeas y pueblos que atraviesan.

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Kodari

Kodari es más de los mismo, puestos, tenderetes y basura a lo largo de la carretera-calle que forma el pueblo.

El control fronterizo, punto hasta el cual se puede llegar con el vehículo, no es más que un destartalado edificio de una sola planta, en una esquina del cual hay un mostrador dónde nos sellan los pasaportes.

Además de los funcionarios, hay cambistas y algunos jóvenes que se ofrecen como porteadores para trasportar los equipajes hasta el punto de control chino, distante unos quinientos metros calle arriba.

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Porteadores

Justo en el centro del puente que sirve de frontera entre ambos países, hay dos jovencísimos soldados del ejercito chino que, por su porte y comporte, más parecen autómatas que seres humanos. Son ellos los encargados del primer control de pasaportes y visas.

Unos cincuenta metros más adelante, justo dónde empieza la tierra firme, hay dos garitas de cristal, una a cada lado de la suntuosa puerta que conforma el deslumbrante ( en este entorno lo es ) edificio de la frontera china y, dentro de ellas, otros dos miembros del ejercito chino. Esta vez firmes y rígidos, como si de pétreas estatuas se tratasen.

El control chino estaba, hasta hace relativamente poco, a unos cinco o seis kilómetros tierra adentro. Pero hace un par de años inauguraron este complejo de acero, cristal y mármol.

Los controles y registros son estrictos y rigurosos, siendo la actitud y comportamiento de los funcionarios tal, que más que respeto dan miedo.

Aquí nos espera «Pablo» Pasang, nuestro guía de habla española en Tibet, el cual se encarga de tramitar el papeleo.

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Paplo Pasang y el autor

Nosotros tenemos los pasaportes y los visados, expedidos por la embajada china en Kathmandú. Él debe traernos el permiso especial para el Tibet. Sin el cual, ningún extranjero puede visitar esta zona de la República Popular de China.

Al efectuar el funcionario el correspondiente control, detecta que falta algún número en el mismo, o este está cambiado, lo que nos lleva una media hora de espera e incertidumbre hasta que, por fin, se aclara el equívoco.

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Permiso para Tibet

Finalmente subimos al  todo terreno que nos llevará a Lahsa a través del «Camino de la Amistad».

Changmú, lugar donde dormimos, es una ciudad completamente nueva, construida por los chinos colgada de una ladera en las estribaciones del Himalaya. La misma se levanta siguiendo los pronunciados zig zag que forma la carretera, de tal manera que los pisos inferiores de los edificios corresponden al zig de abajo, mientras los superiores corresponden al zag de arriba.

En ella se construye con frenesís, como en todas las ciudades chinas, hecho que pudimos constatar en días posteriores. ¿Estará viviendo China una burbuja inmobiliaria como la vivida en nuestro país hace unos años?.

Es en Changmú, dónde los camiones nepalies intercambian la mercancía indo-nepalí por la china. Hasta aquí llegan, pero de aquí no pasan.

Como quiera que este es el único punto fronterizo abierto entre Tibet y sus vecinos del sur: Bután, Nepal, India etc., la afluencia de peregrinos budistas de estos tres países es desmesurada, sobre todo en junio, que corresponde al mes de abril  del calendario budista. Siendo este el mes santo del budismo, según nos informa nuestro guía, Páblo Pasang.

A los pies del Everest

Las vistas, desde la habitación de nuestro hotel, son espectaculares y es aquí donde vivimos nuestro primer amanecer en Tibet. Amanecer de un soleado día, que más tarde alcanzaría los 28-30 grados.

Los primeros kilómetros hacia la altiplanicie de Nyalam, transcurren por una carretera impecablemente pavimentada, que serpentea entre escarpadas cumbres y profundas gargantas.

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Garganta profunda

El potente Land Creuser V-6 que llevamos, asciende sin dificultad por las empinadas pendientes que se alzan ante nosotros.

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cordillera del Himalaya desde el Pang La

En menos de tres horas, hemos pasado de los frondosos y húmedos bosques de Changmú, situada a 2.600 metros de altitud, a las despobladas y áridas tierras que circundan el Pang La, con sus 5.050 n.s.n.m., uno de los pasos más elevados de la Carretera de la Amistad. Desde él se contempla un amplio horizonte de nevadas cumbres de la cordillera del Himalaya.

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Boñigas de yak en Nasar

En Nasar, pequeña aldea tibetana, rodeados de niños de curtida piel y encallecidas manos, con las tapias de los corrales de las casas cubiertas de boñigas de yak, caminamos durante un rato, por un estrecho sendero, entre rebaños de cabras y ovejas. Nuestro objetivo es visitar la Pengyeling Nangkoding, cueva en la que pasó largos años de su vida el gran maestro Milarepa dedicado a la meditación y la enseñanza.

Nyalam es una extensa comarca de áridas tierras, dónde el ejercito chino tiene posesionado gran cantidad de soldados, atentos guardianes de su frontera suroccidental. La única aparente riqueza  de éstas tierras son las pequeñas aldeas, en cuyos campos crece una raquítica cebada, con la que alimentar el ganado cuando el frío manto de hielo cubre todo cuanto abarca la vista y los animales deben permanecer en los corrales y cobertizos.

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aldea tibetana

En Tingri saciamos nuestro apetito, después de larga espera, en un «restaurante» lúgubre y poco limpio. En el mismo, unas jóvenes muchachas cumplen las funciones del cocinero ya que, según nos dijeron, éste se había ido con sus hijos, puesto que hoy era «el día del niño» en el calendario tibetano.

Más tarde de lo previsto, nos desviamos de nuestra ruta, abandonando el cómodo asfalto, después de dejar atrás las últimas casa de Tingri.

Un palo atravesado en el pedregoso camino, nos indica que para seguir adelante  hay que abonar el correspondiente peaje. Si no me traiciona la memoria; 400 Yuanes por el vehículo y 100 Yuanes por persona, ( aproximadamente100 € ). Debemos decir que esta cuota no es por circular por tan deplorable pista, sino por tener acceso al Campo Base Norte del Everets, que es a dónde conduce la pista en la que nos encontramos.

Desde Tingri hasta Rangbuk, monasterio situado en las estribaciones del Everets, hay 70 kilómetros de  tortuosas pistas de tierra y piedras, flanqueadas en esta época del año de secos torrentes. En Rangbuk habitan unos monjes budistas que dan cobijo, previo pago, a los montañeros y/o a todo aquel que se aventure por estos lares.

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Rangbuk

Desde el monasterio, dónde hay una enorme explanada llena de innumerables puestecillos atiborrados de pretendida artesanía, con cuya venta intentan subsistir sus propietarios, hasta el Campo Base, hay todavía 8 kilómetros.

 

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Los autores

Estos últimos kilómetros hay que hacerlos a pie o bien en unos vehículos del Estado, ya que a partir de aquí los vehículos particulares tienen prohibido el paso.

Nosotros, gracias a la profesionalidad y el buen hacer del traumatólogo sevillano Dr. Rafaél Muela,  nos permitimos acometer este pequeño trekking. De no ser por la exitosa implantación de rótula que dicho cirujano llevó a cabo en la rodilla de mi mujer, ella se hubiese visto obligada a quedarse en Rangbuk, o hacer este tramo en vehículo. Frustrando, de esta manera, un sueño largamente acariciado…¡Hacer a pie, al menos, estos escasos kilómetros de aproximación al Campo Base del Everets!

El monolito dónde se acredita la altura del lugar, 5.200 m.s.n.m., y que estamos en el campo base del Qomolangma, nombre del Everets en tibetano, está siempre cubierto por la más variada y pintoresca fauna humana, queriendo inmortalizar en su móvil tan señalado acontecimiento.

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Guía y autor

Aquí he visto, desde el clásico «aventurero de sofá», atiborrado de programas de National Geografy,  ataviado con las «representativas» camisas con bolsillos hasta en el cuello y los clásicos pantalones con los característicos remiendos en las rodillas, hasta un tipo, chino por más señas, con traje, zapatos de charol y gabán.

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Campo Base del Everest

Aunque hemos bajado de los 5.200 metros del campo base a los 4.000 que se encuentra Lahtse, el mal de altura se hace notar. A pesar de estar hidratándonos continuamente con agua caliente, líquido con el que te obsequian en todas partes.

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Si estamos en China, comemos con palillos

La cena que nos sirven en el hotel es copiosa y variada, pero el malestar que produce la falta de oxígeno no nos permite saborearla.

La habitación es amplia y confortable, pero a la hora de ducharnos no hay agua caliente. Se conoce que con tanto beberla no queda para la ducha.

Loungtas en la lejanía

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El Tra La con sus Loungtas

Desde las ocho de la mañana que emprendemos la marcha, hasta llegar a Shygatse, sobre las cinco de la tarde, dejamos atrás algunos de los grandes pasos de montaña de la ruta, como son el Yulong La, o el Tra La, todos ellos visibles en la lejanía debido a la gran cantidad de Lougtas o «caballitos del viento» que los adornan. Sobre los mismos se hayan escrito Mantras u oraciones budistas.

El Monasterio Sayka, comprendido entre los cuatro más importantes del budismo tibetano, lo dejamos atrás pues, aunque estaba en nuestros planes dedicarle una visita, por ser el abril budista, un mes santo, el monasterio está cerrado para los extranjeros.

Cuando llegamos a Gyantse, la segunda ciudad en importancia de Tibet, no tenemos gana para otra cosa que no sea; ducharnos y a la cama. La altura está pegando fuerte en nuestro organismo.

El Grand Gyantse Hotel, es un cuatro estrella que para si lo desearían muchas ciudades europeas. La cama mide 3 x 2 y las habitaciones, pasillos y zonas comunes son realmente espaciosas.

El dueño es un tibetano que se ha hecho millonario, ( En la China comunista abundan más que en cualquier otra parte del mundo ) comercializando mantequilla de yak.

No es que los tibetanos sean unos devoradores de mantequilla de yak, lo que sucede es que la misma se usa, desde protección solar hasta combustible para alimentar los miles y millones de velas que alumbran las estatuas de Buda, esparcidas  por este inmenso territorio.

La noche se hace larguísima y a las cinco de la mañana decidimos levantarnos y salir a dar un paseo, con el fin de respirar aire fresco que nos libere, en lo posible, de la sensación de asfixia que sentimos dentro de la habitación.

Por las calles transitan, apresuradamente, los fieles con el Masa, (rosario budista) en la mano izquierda, mientras con la derecha giran incansablemente, en el sentido de las agujas del reloj, el Mani Korlo o rueda de plegarias, en cuyo interior portan una, o más Mantras.

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Fieles orando

En la explanada que existe ante el enorme Tashilhumpo, segundo Monasterio en cuanto a tamaño e importancia del Tibet. Los fieles más devotos o fanáticos se lanzan al suelo, a todo lo largo de su cuerpo, una y otra vez, en un ejercicio agotador e interminable.

Hasta Lhasa, aún nos quedan tres o cuatro pasos de montaña, entre los que destaca el Khamba La, después de haber dejado atrás el lago Yandrok, uno de los más altos del mundo, situado a 4.490 m.s.n.m..

La bajada desde el Kahmba La, situado a unos 60 kilómetros de la capital, es, caprichosamente vertiginosa, con curvas y recurvas colgadas de escarpados precipicios que, sobre todo cuando no es uno el que conduce, le parecen realmente espeluznantes.

Por fin, sobre las siete de la tarde, entramos en la capital del Tibet, situada a 3600 metros de altitud, acunada sobre un hermoso valle, por una autopista flanqueada de bellos jardines y elaborados huertos.

Paco Vidal

 

 

 

MÍSTICO TIBET

                    (De Kathmandú a.....? II)

Lhasa

Las escasas imágenes que las televisiones occidentales nos ofrecen de Lhasa, corresponden, casi siempre, a tomas de acciones represivas del ejercito chino contra monjes budistas, o la población tibetana en general.

En las mismas suelen verse calles sucias, bordeadas por destartalados y grises edificios, a punto de derrumbarse. No sabemos cuándo o dónde estarán efectuadas dichas tomas, o que mensajes pretenden transmitirnos, pero para nada corresponde a la realidad.

Es obvio que nos estamos refiriendo al aspecto urbanístico de las mismas, ya que represión política y étnica, si que puede intuirse en el comportamiento, tanto de los chinos cómo de los tibetanos. Hasta el observador más indiferente puede darse cuenta que son dos pueblos obligados a convivir y tolerarse, pero, desde luego, nunca a amarse. Y cómo el poder lo ostentan los primeros, son los tibetanos los que llevan las de perder en esta partida.

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Puesto de control

En los cerca de mil kilómetros que median entre la frontera de Nepal y Lhasa hemos sufrido una media de un control cada cincuenta kilómetros. Cosa que, en absoluto,  sucedió en nuestro recorrido por otras provincias o regiones de China. Uno de estos controles consiste en determinar el tiempo que debe tardarse de una ciudad o pueblo a otro. El incumplimiento de estos tiempos conlleva la correspondiente sanción. Debiéndose justificar, ante las autoridades, el por que de dicho incumplimiento, si existiese el mismo. Esto ocasiona que, poco antes de llegar a los lugares dónde están estos controles, se vean gran cantidad de vehículos parados al borde de la carretera, haciendo tiempo para llegar al control a la hora estipulada.

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Mujer con el Mani Korla

No puede decirse lo mismo de la libertad de culto, pues los templos y monasterios están a rebosar,  y la ostentación de los actos de culto son visibles por todas partes.

Centrándonos de  nuevo en la ciudad, diremos que las amplias avenidas de  Lahsa nos recuerdan, en cierto modo, a Salt Lake City, ciudad del oeste americano fundada por los mormones en el siglo XIX, una de cuyas principales exigencias era que en sus calles una reata de ocho pares de bueyes pudieran dar la vuelta sin que se estorbasen unos a otros. Tal es su amplitud. La mayoría de los automóviles que circulan por ellas son de reciente matriculación y de categoría  media-alta, lo que ofrece un fuerte contraste con las gran cantidad de rickshaw  dedicados al transporte de mercancías y personas.

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Rickshaw y arquitectura tibetana

Como aviso a navegantes diremos que sus tarifas son hasta tres veces superiores a las de los taxis, al menos intentan cobrárselo a los extranjeros.

Otra de las cosas que llama la atención en esta ciudad, es el elevado número de motocicletas y carromatos eléctricos que circulan por sus calles. Calculamos que sobre el  80% de ellos.

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Y….la gente se divierte

En Lhasa viven gran cantidad de funcionarios chinos, que en este estado gozan de unos ingresos superiores a la media, lo que ocasiona que sus comercios y restaurantes gocen de una nutrida clientela.

Todas estas observaciones carecerían de importancia en cualquier otra ciudad del mundo. Pero al ser Lhasa la capital del Tibet y ser tan poco frecuentada por viajeros occidentales, cuando estamos en ella, nuestro sentido crítico se vuelve mas inquisitivo y observador.

El Potala 

A pesar de todo lo expuesto, el símbolo de esta sacra ciudad, es el POTALA, el edificio más representativo de la arquitectura tibetana y quintaesencia de la vida de este místico pueblo. Este inmenso complejo, compuesto por más de mil habitaciones. Residencia de los sucesivos Dalai Lamas y centro del poder religioso, cultural, administrativo y hasta espiritual del teocrático estado tibetano, desde que el quinto Dalai Lama, Lozang Gyatso lo mandara construir en el siglo XVII, hasta 1.959. Año en que el décimo cuarto Dalai Lama, Tenzin Gyatso, se marchó a su exilio dorado de Dharamsala, en el norte de la India,  -antes de verse desacralizado ante un pueblo que, hasta entonces, había sido poco menos que un ejercito de esclavos a su servicio-.

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Fieles, girando alrededor del Potala

Como hemos dicho anteriormente, el inmenso complejo está compuesto por más de mil estancias, con una superficie construida de 130.000 metros cuadrados. Las 41 Hectáreas que ocupa sobre la montaña Hongshan a 3.700 m.s.n.m., le dan una situación de privilegio dominante sobre la ciudad.

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El poder dominante del Potala

Desde la atalaya de poder que constituía este conglomerado de edificios, ejerció  durante siglos, el clero budista tibetano, en general, y el Dalai Lama , en particular, un poder absoluto sobre una sociedad feudal compuesta de siervos y señores.

Tres eran los pilares sobre los que se fundamentaba dicha sociedad: La nobleza; 2% de la misma. El funcionariado; compuesto por el 3% de la población, al servicio de la mencionada nobleza. Los monasterios; formado por un ejercito de monjes, al frente de los cuales estaba un reducido número de Lamas. Y, por encima de todos, el Dalai Lama. Solo un reducido número de personas, menos de mil, eran dueñas del 93% de las riquezas del país. Eran propietarios, no solo de los rebaños, las tierras, los ríos, lagos y montañas, también les pertenecían los hombres y mujeres, ya que al ser dueños de sus almas y sus sueños, (a través de la religión) lo eran de sus cuerpos y sus vidas. Todo esto sucedía hasta finales de la primera mitad del siglo pasado. Fue este despotismo lo que sirvió de pretexto a los déspotas de Pekin para invadir el país.

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Uno de los siete niveles del Potala

Aún hoy, aprovechando las ventajas mediáticas que nos dan los actuales medios de comunicación, al consultar la web www.dalailama.com  se nos aconseja, sin que por ello se ruboricen, que de ser recibido en audiencia por el Dalai Lama deberíamos inclinarnos ante él y evitar el contacto visual con el mismo.

Hoy en día el POTALA es Patrimonio de la Humanidad, declarado como tal por la UNESCO en el año 1994. Las funciones que cumple son de museo, (Las entradas para su visita hay que gestionarlas con muchos días de antelación y, en ellas van impresos el nombre y número del documento de identidad del visitante) museo interactivo, lo podríamos definir ya que en muchos de sus múltiples rincones y recovecos existen gran cantidad de capillas, imágenes de fundadores de sectas budistas, o tumbas de Lamas y Dalei Lamas, dónde peregrinos, monjes y devotos cumplen sus funciones religiosas, alimentan la lumbre de las velas con mantequilla de yak o murmuran sus interminables plegarias, sin que las autoridades de Pekin, ni sus representantes en Lhasa, ejerzan ningún tipo de presión para que estas no se lleven a cabo.

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Devotos orando

Mientras esto sucede en el interior, fuera, a lo largo de las avenidas, calles y senderos, que forman su inmenso perímetro, miles de fieles, venidos de los más apartados rincones del universo budista, giran alrededor del venerado lugar, en el sentido de las agujas del reloj, con el MALA (rosario budista) en la mano izquierda, mientras ocupan la derecha con el MANI KORLA (rueda de plegarias).  Esta especie de matraca gira y gira incansablemente, como ellos mismos, en el sentido de las agujas del reloj, como si de dos universos paralelos, ¿o tal vez complementarios? se tratase. Aquí se nota una pasiva presencia policial, compuesta por postas de tres individuos, (cada 50 metros) armados con subfusiles, que situados espalda sobre espalda, se limitan a observar, a través de sus gafas oscuras, al inmenso gentío, sin intervenir en ningún momento en el devenir de esta MANI KORLA humana.

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Giran y giran

Se desprende que los cantos y plegarias de unos y otros hacen poco daño  a los intereses del Partido Comunista Chino, más preocupado en controlar los hilos de las finanzas y la economía, salvajemente, capitalista que impera en el país.  ¿Que daño puede hacer a un poder monolítico, como el ejercido por el APARATO del PARTIDO, un puñado de fanáticos religiosos, con mentalidad medieval, que adoran a un semi-dios que vive en la vecina India y se pasea por el mundo en jet privado, compartiendo mesa y mantel con los dirigentes del mundo, aunque sea portador del Premio Nobel de la Paz y de la Medalla del Congreso Norteamericano, mientras le llega la hora para poder reencarnarse en Dios sabe qué?

Cadenas y grilletes

Fue, sin embargo, un episodio vivido en la estación de ferrocarriles de Lhasa, lo que más honda huella ha dejado en nosotros, el recuerdo de esta ciudad.

Las estructuras de los aeropuertos y las modernas estaciones de ferrocarriles de China guardan una cierta similitud entre ellos. Tanto en unas como en otros, los controles de seguridad para personas y cosas son bastante rigurosos. Así que después de haber pasado los mismos, (dónde me requisaron un puñal usado por los temibles GURKAS,  -mercenarios nepalíes del ejercito británico-  que llevaba en la maleta y que venden en Nepal como soubenier) nos sentamos, a la espera de la salida de nuestro tren hacia Pekin. Del fondo de la nave vemos cómo se acerca un pequeño y compacto grupo de hombres. Al llegar a nuestra altura, observamos que en el centro del mismo va un chico joven con grilletes, tanto en la manos cómo en los pies, y uniendo ambas extremidades una cadena de respetables dimensiones. Tan desagradable equipamiento le obliga a caminar lentamente, mientras es observado por centenares de personas.

Grilletes
¿……?

Todos sabemos lo habitual que es en China la aplicación de la pena de muerte pero, ¿Es realmente necesario «pasear» a un reo de manera tan denigrante por la sala de espera de una estación de ferrocarriles atestada de pasajeros?

La megafonía anunciando la próxima salida del tren que nos trasladará hacia el interior de este inmenso país, interrumpe mis pensamientos, ocupado en escenas medievales, para devolverme a la realidad y recordarme que la escena vivida, ni es un sueño, ni corresponde a la Edad Media.

                                                                                                                              Paco Vidal

GUERREROS DE TERRACOTA

 

                         (De Kathmandú a.....? III)

El expreso T-224

A las diez de la mañana, con puntualidad oriental, se pone en movimiento el T224 que une la ciudad de Lhasa  -capital milenaria del viejo estado teocrático de los Dalai Lamas-  con Xian, capital de la provincia de Shaanxi, fundada en el siglo II a.d.C. por el emperador Quin Shi Huang. 

Este ferrocarril fue inaugurado en 2006, con gran pomposidad por las autoridades chinas. Dicha obra ha dado al Territorio Autónomo del Tibet, cómo se denomina hoy, la facultad de romper el aislamiento que lo había mantenido alejado del resto de las provincias chinas, según la versión de las autoridades de Beijing, o de hacer al Tibet más dependiente de China, según la versión de los nacionalistas tibetanos.

Personalmente me inclino por la primera versión, sin que por ello quite rigor a la segunda, ya que esta mastodóntica obra de ingeniería ha terminado, en gran medida, con el endémico aislamiento que este país mantenía, no solo con China, sino con el resto del mundo.

Hasta 2006, la gran meseta tibetana, compuesta de 2.500.000 Km./2 (cinco veces la superficie de España) estaba unido a sus vecinos: Paquistan, India, Nepal, Butan, etc., por caminos carreteros, impracticables en invierno, ríos de barro y fango de julio a septiembre, y polvorientos caninos en temporada seca.

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El tren, ¡hermoso medio de locomoción!

El ferrocarril se desliza por el valle que sirve de cuna al río Lhasa, paralelo a éste, cuyo cauce, unas veces a la izquierda , otros a la derecha, discurre en sentido contrario a la marcha del tren. Nuestro convoy se desplaza flanqueado de picos que van de los 5.000 m. a los 7.000 m. El valle oscila entre los 3.600 m.. que se haya Lhasa hasta los 5.200 m. que alcanza al pasar por el puerto de Yang Ba Lin.

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Aldea tibetana

Desde que abandonamos Lhasa, pequeños núcleos de clásicas casas tibetanas, habitadas por campesinos y ganaderos, salpican el valle, dónde pastan manadas de tocs, (animal surgido de la unión de un yak con una vaca o de un toro con una yac), cabras, ovejas y yaks. Allí dónde estos sufridos campesinos consideran que la agricultura es más productiva que la ganadería los eriales se convierten en caprichosas parcelas, regadas por las claras aguas del río Lhasa, dónde crece la cebada y otros cereales, al contrario de lo que ocurre en las cercanías de la capital, dónde estos productos son sustituidos por verduras y hortalizas.

Conforme nos alejamos de Lhasa, el valle se hace más estrecho. Van desapareciendo los rebaños y los cultivos, para dar paso a zonas mas áridas y escarpadas, hasta que a las 11.15 h. nuestro convoy, cansinamente, alcanza el paso de Yang Ba Lin, de 5.200 m., situado a los pies del Luggudantse de 6.586 m. , cuyas cumbres, cubiertas por eternas nieves, lucen una blancura inmaculada.

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Paisaje tibetano

Descendemos el Yang Ba Lin hacia un nuevo valle, dónde ya no nos acompaña el río Lhasa, por lo que sus tierras dejan de ser cultivables, para convertirse en paramos dónde pastan los yaks rodeados de cumbres que dejan de ser blancas e inaccesibles para convertirse en horizontes muchos más lejanos, romos y grises, adornados, aquí y allá, de rojas pinceladas. Seguimos viendo pequeños núcleos habitados, pero más espaciados entre ellos. Aquí predominan los rebaños de yaks pastando libremente por el inmenso altiplano.

En los sucesivos valles por los que se va deslizando nuestro convoy, cual hambriento gusano, después de encaramarse a cada uno de los pasos que separan los mismos, pastan rebaños de cabras, oveja, caballos, tocs y, sobre todo de yacs, el animal más preciado de estas latitudes.

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El peludo y malholiente yac

El YAC, ese animal peludo y poco agraciado, podríamos decir que ha sido durante siglos, el sustento y alma de este religioso pueblo, sufrido y paciente.

Con su pelo confeccionan los vestidos y mantas con que abrigarse del gélido frío que barre el altiplano desde las nevadas cumbres del Himalaya. Con la piel del yac elaboran su calzado y construyen sus yurtas los pastores nómadas. Es su carne el principal y más nutritivo sustento. Y su leche la que les da vida y alimento en su niñez. Con la misma elaboran su famoso e inseparable té de mantequilla, con la que a la vez, inundan sus templos y monasterios de ese olor agridulce que los caracteriza, al ser éste el producto que nutre los miles, tal vez millones, de velas con las que contentar a Buda y alumbrar sus espíritus y corazones.

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Boñigas de yac almacenadas, formando tapias.

Por aprovechar aprovechan de éste, su inseparable compañero y bienhechor, hasta sus excrementos. Esas arquitectónicas boñigas que forman las eses del yak al caer al suelo. Esos geométricos círculos concéntricos, de mayor (unos 30 cms.) a menor (unos 2 cms.), son recojidos de prados y cercados para apilarlos en perfectas hileras sobre los muros que forman los corrales. O bien en pequeños pajares que, una vez secos, usan como combustible para calentar los hogares en las largas noches del frío invierno tibetano.  

Sobre las cinco de la tarde, rodeados de áridos paisajes rojo-grisáceos, atravesamos  pequeños riachuelos helados que vierten sus frías aguas sobre el Tongtien He. Donde tiene su cuna uno de los grandes ríos de Asia. Aquí nace, débil, insignificante y yerto, en los confines de la región de Qingai, para adentrarse en la de Sichuan,  donde se convertirá en el más importante y largo de los ríos de China; el Yangtze. Este río en el tramo que forma «Las Tres Gargantas» , a miles de kilómetros de aquí, entre las ciudades de Chonqqing y Yinchang merecerá capitulo aparte cuando naveguemos por sus aguas.

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Camiones por «La Ruta de la Amistad»

«La Ruta de la Amistad» y el ferrocarril vuelven a discurrir paralelamente, una y otra vez, en estas tierras inhóspitas. Ya no se aprecia vida animal alguna, excepto escasos y pequeños grupos aislados de antílopes del Tibet, y alguna liebre de gran tamaño que, se encabrita y huye asustada por el estrépito que forma nuestro convoy al pasar.

 Salvador Rodríguez

Sobre las nueve anochece, y todo queda envuelto en un manto de anonimato. Poco antes, por «La Ruta de la Amistad», que sigue discurriendo paralela a la vía férrea, avistamos a un par de ciclistas-viajeros, cargados hasta la bandera. Desde nuestra cómoda posición les enviamos señales de ánimo, las cuales nos agradecen desde sus escuálidos Rocinantes. Mirándolos me pregunto que empujará a estas personas  a abandonar casa y trabajo para recorrer regiones tan dispares y lejanas. Pedalear, cargado de todo tipo de bártulos, a 4.000 m. ó 5.000 m. debe de ser empresa de titanes.

Observándolos, no puedo por menos que dedicar un recuerdo a mi amigo Salvador Rodríguez que dejando casa y un cómodo puesto de funcionario en su amada Granada, se lanzó a la aventura de dar la vuelta al mundo en bicicleta, en cuyo empeño lleva ya ocho años. www.viajedecuento.com

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El menú del tren

Comemos algunas viandas que habiámos comprado en Lhasa y nos metemos en la cama. El almuerzo lo hicimos en el vagón restaurante , por 98. yuanes. Lo único que entendimos del mismo fueron las palabras «The Menu», todo lo demás estaba en caracteres chinos. El departamento está compuesto por cuatro literas del tipo «Softsleep». Dos de ellas están ocupadas por nosotros, la tercera por un joven chino taiwnés, con buenos conocimientos de inglés, y la cuarta es ocupada por otro pasajero en la ciudad de Golmud a las 24.50, cuando nuestro convoy se detiene en esta ciudad.

A las cinco de la mañana los primeros rayos del sol que se cuelan por la ventana, nos avisan de que un viajero no puede perder el tiempo durmiendo, si no quiere perder detalle de lo que sucede fuera y dentro del convoy. Apartamos las cortinillas y nos percatamos que el sol no brilla aquí con la intensidad que lo hacía en el alto Tibet. A nuestra izquierda nos saluda el lago Gingai, a unos 250 kms. de Xining, capital de la provincia de Gingai.

Por las tierras que bañan sus orillas, cubiertas de un manto tímidamente verde, pastan enormes rebaños de ovejas, en algunos casos, conducidos por un pastor, cuya cabalgadura no es otra que una motocicleta.

Las nueve de la mañana marca el reloj cuando llegamos a la ciudad de Xining, populosa e industrial. Las chimeneas de sus fábricas vomitan columnas de humo negro y contaminante.

Atrás queda, definitivamente, el altiplano tibetano. De él nos separan una ingente cantidad de túneles y una agradable sensación  -al vernos liberados de esa indescriptible angustia que produce la falta de oxigeno cuando nos movemos por encima de los 4.000 m..

Si Xuning nos pareció una ciudad de paredes ennegrecidas y atmósfera con sabor a acido. ¿Que decir de Lanzdau? Esta si que podríamos calificar como la primera ciudad verdaderamente china por la que pasa nuestro convoy.  ¿Cuántos millones de habitantes tiene este monstruo? En el mapa aparece como una simple ciudad de provincia, equiparable en nuestros estándares, con Soria, Logroño o Toledo. Sin embargo, consultando datos comprobamos que la antaño conocida como         «La ciudad dorada»  tiene 3.800.000 habitantes.

Nuestro expreso no se detiene en ella pero tarda mas de 40 minutos en dejarla atrás; centenares, miles de bloques de viviendas que oscilan entre dos y treinta y tantos pisos de altura. Las primeras, sucias, viejas y destartaladas construcciones de la primera mitad del pasado siglo. Próximas presas en caer, victimas de este devorador desarrollo emprendido por China en los últimos años. Las segundas, en construcción o recién terminadas.

En perpendicular con la vía férrea, cruzándola por pasos elevados o subterráneos, modernas autopistas, adornadas de copiosa vegetación, por las que circula un nutrido y fluido tráfico.

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Huertos de Lanzdau

Antes y después de la ciudad todo está ocupado por pequeñas parcelas, tan extremadamente labradas, que podrían confundirse con un mosaico, elaborado por las manos de un experto artesano. Habas, zanahorias, alcachofas, coliflores, rábanos, brócolis, coles, pimientos, apio, tomates y todo cuanto necesita la cocina china, tan amante de las verduras y hortalizas.

Parece que estos pequeños y medianos huertos, fuesen capaces de alimentar, por si solos, a los millones de habitantes de Landzdau.

La patria de los guerreros de terracota

Con sus edificios engullidos por las luces de neón y devorados por la obscuridad de la noche, llegamos a la legendaria Xian.

Xian, Alfa y Omega de la celebérrima «Ruta de la Seda» . A ella llegaban, o de ella partían, las caravanas encargadas de unir Oriente y Occidente. Roma en un extremo, Xian en el otro. Entre ambas, caravanas de hombres y animales, portadores de sueños y ambiciones, arrastrándose a través de ríos, desiertos y montañas, en interminables y agotadoras jornadas, dilatadas en el tiempo y el espacio. Fueron estos abnegados seres los que sirvieron de vínculo entre Oriente y Occidente, los que llevaban y traían nuevas y viejas ideas políticas, filosóficas o mercantilistas de la milenaria China a las milenarias culturas mediterráneas, o viceversa.

Hoy Xian es, con sus 8.000.000 de habitantes, una urbe moderna, cruzada por infinidad de amplias avenidas que enlazan con incontables autopistas, adornadas y flanqueadas de extensas zonas ajardinadas. Solo la ciudad vieja, un rectángulo enmarcado dentro de sus restauradas murallas, recuerda, en parte, lo que una vez debió ser esta reliquia del pasado.

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Acreditación del hallazgo

Siendo, como fué Xian, visitada, a través de los siglos, por incontables personajes de las más diversas razas y condiciones, ávidos de gloria y notoriedad, no fue hasta 1.974 cuando el fortuito hallazgo de un simple campesino catapultó a esta, antes emblemática, y ahora olvidada ciudad a ocupar de nuevo, un puesto entre las ciudades más visitadas del mundo.

Era el atardecer de un día de marzo de 1974, cuando unos campesinos de la aldea de Xiyang, situada a unos 30 kilómetros de Xian, en lugar de agua, encontraron  trozos de figuras y armas de bronce cuando estaban abriendo un pozo para regar sus campos.

Excavaciones posteriores demostrarían que estos campesinos, con sus rudimentarias herramientas, habían puesto en marcha uno de los más grandes descubrimientos arqueológicos de los últimos tiempos.

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Cuadriga de los guerreros de terracota

Allí, a unos 30 kilómetros de las murallas de la vieja Xian, el emperador Qin Shi Huang, el unificador de los seis reinos. A la edad de 13 años, cuando heredó el reino a la muerte de su padre, el 246 a.d.n.e., ordenó a artistas y artesanos de su imperio, modelar un ejercito de guerreros  -infantes y jinetes-  a tamaño natural, para que lo acompañasen en sus conquistas y crueldades más allá de la vida.

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Guerreros de terracota

Más de 2.000 años han montado silenciosa guardia ante la tumba de su Señor, estos soldados: oficiales y generales, guerreros todos. Hasta que la ruda azada de un humilde campesino los catapultó a la fama en la segunda mitad del siglo XX.  Es este ejercito de guerreros el que nos ha traído hasta Xian en nuestro viaje a través de diferentes provincias y territorios autónomos de la actual República Popular de China.

Hay en Xian, no obstante, otros lugares dignos de visitar, entre los que destacaremos la popular; Hua Shan o Montaña de la flor de loto. Hua Shan, enclavada a unos 40 kilómetros al norte de la ciudad, es una montaña compuesta de escarpadas crestas graníticas, entre las que existe una red de senderos excavados por el hombre en la dura roca, con el fin de poder visitar cada una de las múltiples pagodas, templos y templetes que se encuentran esparcidos a lo largo y ancho de todo este laberinto de cumbres y crestas.

Hua es una de las cinco montañas sagradas de China. En ella buscaron refugio, huyendo de las iras del emperador Qi Shi Huang,  muchos seguidores de Confucio y otros monjes y ermitaños.

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Senderos de Hua Shang

Cuenta la leyenda (todas las montañas la tienen) que hace muchos años llegó al pié de la montaña un anciano que quería subir a ella para ofrecer dádivas a los dioses, el hombre siempre los busca en los lugares más inaccesibles, pero debido a su debilidad le era imposible conseguirlo. Entonces, un búfalo que pastaba al pié de la montaña, se apiadó de él, lo subió sobre su lomo y lo transportó a la cima, abriendo un sendero en la escarpada pared de roca. Desde entonces son varias las personas que mueren al año, intentando seguir el sendero que abrió el búfalo con el anciano a lomos.

Hoy en día, este vertiginoso sendero podemos visualizarlo en  GOOGLE introduciendo: «El sendero más peligroso del mundo».

Yo tengo que decir que, como también tengo muchos años, estuve buscando el búfalo, sin lograr encontrarlo. Así que tomé el moderno teleférico que existe desde hace años al pié de la montaña, y en siete minutos me puso en la cima de Hua Shan.

                                                                                                                    Paco Vidal