(El Kili I)
El que quiere algo encuentra un medio
Es invierno, es un inmisericorde día de invierno rondeño. Fuera hace frío, desde mi ventana veo caer una fina cortina de aguanieve nacida de esas nubes que caprichósamente ascienden desde el fondo del Tajo, como librándose de las brumosas aguas del Guadalevin.

Las ascendentes nubes se mezclan con las ya existentes, interponiéndose entre mi punto de observación y las casas que, agarradas al filo del Tajo, me impiden ver con nitidez nuestra ciudad. Ronda se perfila ante mí, difuminada, con el aspecto de una ciudad embrujada y hechizante.

La tarde se desliza perezosa mientras mi pensamiento se aleja y vuelve a mi entorno, con esa agilidad y poder que caracteriza nuestra mente, habilitándola para estar, a la vez, en lugares tan distantes como Ronda y Arusha.
En mis manos «El sueño de África», de Javier Reverte, uno de los maestros españoles de la narrativa viajera de nuestros dias. «Ahora, al verlo aparecer y desaparecer bajo la calima, me preguntaba si podía creer que en realidad estaba allí. El Kilimanjaro asomaba a mas 50 kilómetros al oeste, al otro lado de la frontera de Tanzania, y sin embargo me parecía situado a un tiro de piedra, tal era su colosal estatura…. y sentí que el viajero nunca puede decir que ha estado en África hasta que no ha alcanzado a verlo. El poder soberbio del mito me estremecía desde aquella sombra pálida que se escondía entre las brumas». Repaso un par de veces el párrafo y me pregunto, ¿Tan grande es el poder de la gran montaña africana para arrancar tan encendidas palabras de tan avezado viajero?

Sea cierto o no, estén o no envueltas dichas palabras en cierta fantasía literaria, lo cierto es que tienen el don de hacer nacer en mí, la necesidad de ir a África y poder contemplar con mis propios ojos el gran coloso.
La idea crece, madura, y me atrevo a afirmar que rompe las propias dimensiones de las palabras de Reverte para imponerse el reto. ¿Porqué en vez de ir a África para ver el Kilimanjaro, no ascender al Kilimanjaro para, desde su cumbre, ver África?
Como sucede siempre que pretendemos emprender algo que está fuera de nuestra rutina habitual, unas veces la decisión final es firme. Otras, sin embargo, la intención se me antoja descabellada y lejana. Escalar el Kilimanjaro no debe ser tan fácil como subir a nuestro entrañable Torrecilla. Este tiene 1925 metros, aquel toca los 6.000. Por medio esta «el mal de altura», la aclimatación, las nauseas, los edemas (pulmonares o cerebrales), los 20ºC ó 30ºC bajo cero y tantas otras cosas.
El aferrarme a la parte positiva del magistral proverbio que dice: «El que quiere hacer algo, encuentra un medio. El que no quiere hacer nada , encuentra una escusa» me empuja hacia adelante, y el proyecto va tomando forma.

Me siento ante el ordenador y tecleo: Kilimanjaro.com. ¡Oh milagro!. Aquí esta todo lo que busco; información, posibilidades, formas de llevarlo a cabo…. La singladura ha comenzado, lo mas apasionante de cada viaje. La decisión definitiva de llevarlo a cabo. Si la meta que nos hemos propuesto es alcanzada o no, ya no depende tanto de nosotros como de otros múltiples factores, muchas de las veces ajenos a nosotros mismos.
El aire tiene sabor
El avión de la KLM ha cubierto perfectamente los miles de kilómetros que separan Ansterdam del Kilimanjaro Airport, situado en suelo tanzano, entre las ciudades de Moshi y Arusha. Su pose sobre la pista es suave, sin que podamos decir lo mismo sobre el deslizamiento sobre ella, ya que ésta esta erosionada y en no muy buen estado.

Cuando, por fin, se abren las puertas del avión y salimos a la escalinata, una bocanada de Espiritu de África golpea mi olfato e invade mis pulmones. El aire tiene un olor, incluso podríamos decir sabor, especial. Es cálido y pesado, huele, sabe a heno, a pradera, a rastrojo mojado. En vez de estar en un aeropuerto, parece que estamos entrando por la explanada de un cortijo, después de que las primeras aguas otoñales hallan refrescado las sedientas tierras de la campiña andaluza.
Las sombras se confunden en el crepúsculo tropical y las luces artificiales comienzan a parpadear, aquí y allá. Mientras, en los confines que forman los límites del aeropuerto, se oyen ritmos de «música africana», como alguien susurra a mi oído, al observar mi interés por aquellos sonidos. Este sonsonete da la bienvenida a un personaje, ataviado al mas puro estilo africano que, junto a su numerosa prole, arriba a su feudo en el mismo avión que lo hacemos nosotros. Pero… mientras nosotros viajamos en clase turista, él, junto con sus mujeres e hijos, lo hace en primera clase. Un ejemplo más de que las diferencias entre los hombres no las determinan las razas o el color de la piel. ¡Las marca el dinero!.

La llegada a Moshi, capital de la región del Kilimanjaro, la efectuamos, ya bien entrada la noche, teniéndonos que trasladar a las afueras de la ciudad, a un imprevisto hotel, por tener overboocking el «Búffalo Hotel» en el que teníamos reservada habitación. ¡Estas cosas suceden hasta en África!.
Al día siguiente, paseando por sus calles, la impresión que sentimos es de un estado de abandono generalizado, tanto en su gente, como en el urbanismo o la arquitectura. Hay grandes edificios, sucios y descuidados, que transmiten la sensación de que alguna vez estuvieron habitados, siendo hoy guaridas de rapaces y alimañas que se introducen en ellos a través de ventanas de cristales rotos y desbisagradas puertas.
A través de estepas, desiertos y mares
En las aceras, sentadas sobre el mugriento y húmedo suelo, se ven familias enteras que se ganan el sustento, transformando latas de Coca Cola o, viejos neumáticos, en utensílios tales como: candilejas, jarrillos de lata, zapatos o capazos. Es digno de admirar como estos artesanos de la calle, disponiendo solo de las mas elementales herramientas, son capaces de sacar provecho de algo, que para nosotros, solo merece ocupar un lugar en el contenedor de la basura. La población da la sensación de vivir un permanente y forzoso desempleo.

¡Oh África, es viniendo a ti y viendo como vives, como sufres, como padeces y como mueres, cuando realmente podemos entender y darle sentido a la Odisea que emprenden tus hijos, persiguiendo un sueño a través de estepas, desiertos y mares, hasta llegar a la idealizada Europa, con el fin de alcanzar una vida mejor para ellos y los suyos!.

¿Tanto mal le han hecho los países colonizadores a estos pueblos? ¿Tan brutal fue el grado de expoliación al que los sometieron para que las consecuencias se dejen sentir años y años mas tarde, postergando a estos países a un subdesarrollo endémico y cruel? ¿O, por el contrario, todo esto obedece a otros oscuros factores del alma africana, mucho mas profundos y complejos, difíciles de entender y asimilar para un europeo?.
Lleno de dudas y de preguntas sin respuestas me retiro a mi habitación del Búffalo Hotel, hoy si, a la espera de que al alba, pasen a recogernos para trasladarnos a la Marango Gate, con el fin de comenzar el ascenso al techo de África.
Paco Vidal