(El Kili II)
Serecio Kilimanjari
Nuestro grupo -compuesto por cuatro españoles y diez tanzanos- parte de Marango Gate, situado a 1.800 s.e.n.m., sobre las doce de la mañana.
El trayecto, de doce kilómetros de longitud y 1.000 metros de desnivel, hasta Mandara Hut transcurre por una zona boscosa, semi-selvática, de húmedas y resbaladizas sendas donde apenas son visibles algunos signos de vida animal, si exeptuamos algún que otro macaco – que contoneándose se cruza en nuestro camino- desapareciendo en la espesura del bosque conforme nos acercamos a él.

Al caer la noche, sobre las seis de la tarde, una espesa niebla acompañada de un intenso frío lo envuelve todo. Como quiera que no tenemos luz ni fuego para alumbrarnos, practicaménte lo único que nos queda es comer, meternos en nuestros sacos de dormir y esperar las luces del nuevo día.
Después de un fuerte desayuno, compuesto de huevos, cereales, mantequilla y pan, salimos hacia Horombo Hut por una fuerte pendiente. Desde la misma, después de pasar un puentecillo de madera que vadea un riachuelo de cristalinas aguas , nos damos de bruces con una soberbia panorámica. Contemplando la misma se comprenden perfectamente las palabras de Javier Reverte cuando en su libro; Vagabundo en África dice: «El que no ha visto el Kilimanjaro no puede decir que ha estado en África».

Los últimos conjuntos boscosos quedan atrás. Ante nosotros se eleva majestuosa, allá arriba, solo superada por el rabioso azul del cielo, la gran mole del más grande de los centinelas africanos. Plantado ante nosotros se alza desafiante el impresionante Kilimanjaro.
Con el abandono del primer segmento vegetal que caracteriza el ascenso a toda gran montaña, la diversidad de plantas se hace más rica. Las mismas son más pequeñas pero más diversas, tanto en tamaño como en formas.
Hay una palmera que llama especialmente nuestra atención. Esbelta y elegante, de unos cinco metros de altura, cuyo nombre botánico es; Serecio Kilimanjari y a la que los nativos llaman Suecia.
Atardecer tropical
La ubicación de Horombo Hut es verdaderamente privilegiada. Por encima nuestra la nevada mole del Kilimanjaro, donde se reflejan los violáceos rayos del atardecer tropical. A nuestros pies las inmensas llanuras de la no menos inmensa depresión del Riff, con el Gorongoro y el Serengueti al fondo. Depresión y llanura que, mientras avanza la tarde, van ocultánse lentamente en un mar de nubes que nos hace sentirnos más cerca de los dioses que de los hombres.

Al avanzar la tarde, cuando las primeras estrellas hacen acto de presencia allá en el lejano firmamento, ni siquiera las hogueras encendidas por nosotros son capaces de frenar el intenso frío que se abate sobre nuestro campamento.
La mañana se despierta fría, pero esplendida, la negra y volcánica senda está sembrada de rocío mañanero. Cargados con nuestras mochilas nos ponemos en marcha hacia Kibo Hut, situado a quince kilómetros de distancia y 4.700 metros de altura. En Kibo debemos descansar para, al filo de la media noche, acometer la última etapa, con el fin de estar al amanecer en la cima de la gran montaña africana.
La jornada transcurría normalmente hasta llegar al lugar donde Denis, Thomas y Stella, que habían salido del campamento bastante antes que el resto del grupo, nos tenían preparado el almuerzo. Aquí empezaron a bromear conmigo llamándome «Simba», debido a la adaptabilidad, que según éllos estaba demostrando. Medio en broma, medio en serio Denis, el segundo del «Boss», mirando hacía las nevadas cumbres me dice: ¿Tu eres capaz de subir hoy conmigo, sin esperar a mañana ni hacer adaptación en Kibo?

Como quiera que no hay nada mas ciego y osado que la ignorancia. Yo – amparándome en la mía- y ateniéndome a la frase que en alguna parte oí a un montañero que decía: «En la montaña no se puede despreciar nunca cualquier oportunidad que se te presente». le contesté: Si tu subes también lo haré yo.
Inmediatamente, tomamos nuestras mochilas y con toda la presura que nos permiten los 4.500 metros de altitud, dirigimos nuestros pasos hacia Kibo, donde llegamos sobre las trece horas.

Después de dejar en el campamento la mayoría de nuestros enseres, tomando con nosotros lo estrictamente necesario. Emprendemos la etapa que deberíamos haber comenzado sobre la una de la madrugada, despues de doce horas de adaptación y descanso.
La etapa que comenzamos es la más dura de todas de cuantas componen la Ruta Marango. El tramo que va de Kibo al Gillman’s Point pasa de 4.700m. a 5.750m. en tan solo seis kilómetros.

La ascensión la efectuamos de forma vertiginosa, cada vez que la huella de la bota de Denis queda libre, la misma es ocupada por la mía. Las últimas rocas hasta coronar el Gillman’s Point las dejamos atrás sobre las 4.30 de la tarde.
Hemos tardado 3.15h. en cubrir el trayecto que está pensado para hacerlo en seis horas.
El momento es para mí verdaderamente indescriptible, el espectáculo único. Desde aquí el Mawenzi, con sus casi 5.000 metros, queda empequeñecido allá abajo, revestido de un rojo parduzco, en contraste con el blanco inmaculado que nos ofrece el majestuoso cráter Reusch, Origen, en su día -hace millones de años- de la formación de ésta montaña tan añorada por muchos, y solo conquistada por algunos miles de seres humanos.
El pico Uhuru
El silencio es sepulcral. Denis se ha apartado unos metros y con su pies izquierdo apoyado en una roca, deja vagar la mirada por el lejano horizonte mientras da una profunda chupada a su cigarro. (?)
La belleza es verdaderamente sobrecogedora. El glacial Rebmann se perfila a nuestra izquierda proyectando largas sombras, que se prolongan hacia el este, formando caprichosas y fantasmagóricas figuras.
Atrás quedan las palabras de Javier Reverte: «El que no ha visto el Kilimanjaro no puede decir que ha visto Äfrica«, que dieron origen a este viaje. Hoy, con todo mi respeto, le diría a Reverte: Si no has contemplado África desde la cima del Kilimanjaro algo le falta a tu aventura africana.

Todo invita a continuar aquí hasta no se sabe cuando, pero el Uhuro Piek está todavía a 1.800 metros de distancia con el insignificante pero ¡terrible! desnivel de 125 metros.
La marcha se hace ahora, mucho más cansina y fatigosa de lo previsto. La bravata de haber saltado de los 3.700 m. a los 5.800, por donde nos movemos ya, sin haber efectuado la correspondientes horas en Kibo, se deja sentir.
La falta de oxigeno es evidente. Continuamente tengo que efectuar cortas paradas, apoyándome sin parar en mi bastón para poder continuar. Mi organismo se revela y mi estomago parece ser desgarrado por Las garras del leopardo del que habla Hemingway en su obra «Las Nieves del Kilimanjaro», aun sin haber estado nunca en él.
Mal de altura
Por el Mayer Point, situado a 5.800 metros, me arrastro en lugar de caminar. Las nauseas y ganas de vomitar son insostenibles. ¡Maldito mal de altura! pienso. Mientras Denis me ofrece su hombro para que con su ayuda pueda continuar.
Que momento tan indescriptible. Aquí, en el techo de África, un hermoso atardecer de un día de julio, un muchacho negro de 21 años, pone todo lo que puede de su parte, para que un hombre blanco (Que podría ser su abuelo) consiga ver cumplidos sus sueños. ¿Que argumentación darían en semejante situación los defensores del racismo?.

Por fin, con la vista nublada, y apenas sin entender lo que escucho, oigo como la voz de Denis me dice: Simba, lo has conseguido ahí está, es el Uhuro Piek. ¿ Ves el rótulo que lo indica?
Así es, allí está: UHURO PIEK, 5.895 METROS
¡Gracias Denis , sin tu ayuda no lo hubiera conseguido!