(De Kathmandú a.....? II)
Lhasa
Las escasas imágenes que las televisiones occidentales nos ofrecen de Lhasa, corresponden, casi siempre, a tomas de acciones represivas del ejercito chino contra monjes budistas, o la población tibetana en general.
En las mismas suelen verse calles sucias, bordeadas por destartalados y grises edificios, a punto de derrumbarse. No sabemos cuándo o dónde estarán efectuadas dichas tomas, o que mensajes pretenden transmitirnos, pero para nada corresponde a la realidad.
Es obvio que nos estamos refiriendo al aspecto urbanístico de las mismas, ya que represión política y étnica, si que puede intuirse en el comportamiento, tanto de los chinos cómo de los tibetanos. Hasta el observador más indiferente puede darse cuenta que son dos pueblos obligados a convivir y tolerarse, pero, desde luego, nunca a amarse. Y cómo el poder lo ostentan los primeros, son los tibetanos los que llevan las de perder en esta partida.
En los cerca de mil kilómetros que median entre la frontera de Nepal y Lhasa hemos sufrido una media de un control cada cincuenta kilómetros. Cosa que, en absoluto, sucedió en nuestro recorrido por otras provincias o regiones de China. Uno de estos controles consiste en determinar el tiempo que debe tardarse de una ciudad o pueblo a otro. El incumplimiento de estos tiempos conlleva la correspondiente sanción. Debiéndose justificar, ante las autoridades, el por que de dicho incumplimiento, si existiese el mismo. Esto ocasiona que, poco antes de llegar a los lugares dónde están estos controles, se vean gran cantidad de vehículos parados al borde de la carretera, haciendo tiempo para llegar al control a la hora estipulada.
No puede decirse lo mismo de la libertad de culto, pues los templos y monasterios están a rebosar, y la ostentación de los actos de culto son visibles por todas partes.
Centrándonos de nuevo en la ciudad, diremos que las amplias avenidas de Lahsa nos recuerdan, en cierto modo, a Salt Lake City, ciudad del oeste americano fundada por los mormones en el siglo XIX, una de cuyas principales exigencias era que en sus calles una reata de ocho pares de bueyes pudieran dar la vuelta sin que se estorbasen unos a otros. Tal es su amplitud. La mayoría de los automóviles que circulan por ellas son de reciente matriculación y de categoría media-alta, lo que ofrece un fuerte contraste con las gran cantidad de rickshaw dedicados al transporte de mercancías y personas.
Como aviso a navegantes diremos que sus tarifas son hasta tres veces superiores a las de los taxis, al menos intentan cobrárselo a los extranjeros.
Otra de las cosas que llama la atención en esta ciudad, es el elevado número de motocicletas y carromatos eléctricos que circulan por sus calles. Calculamos que sobre el 80% de ellos.
En Lhasa viven gran cantidad de funcionarios chinos, que en este estado gozan de unos ingresos superiores a la media, lo que ocasiona que sus comercios y restaurantes gocen de una nutrida clientela.
Todas estas observaciones carecerían de importancia en cualquier otra ciudad del mundo. Pero al ser Lhasa la capital del Tibet y ser tan poco frecuentada por viajeros occidentales, cuando estamos en ella, nuestro sentido crítico se vuelve mas inquisitivo y observador.
El Potala
A pesar de todo lo expuesto, el símbolo de esta sacra ciudad, es el POTALA, el edificio más representativo de la arquitectura tibetana y quintaesencia de la vida de este místico pueblo. Este inmenso complejo, compuesto por más de mil habitaciones. Residencia de los sucesivos Dalai Lamas y centro del poder religioso, cultural, administrativo y hasta espiritual del teocrático estado tibetano, desde que el quinto Dalai Lama, Lozang Gyatso lo mandara construir en el siglo XVII, hasta 1.959. Año en que el décimo cuarto Dalai Lama, Tenzin Gyatso, se marchó a su exilio dorado de Dharamsala, en el norte de la India, -antes de verse desacralizado ante un pueblo que, hasta entonces, había sido poco menos que un ejercito de esclavos a su servicio-.
Como hemos dicho anteriormente, el inmenso complejo está compuesto por más de mil estancias, con una superficie construida de 130.000 metros cuadrados. Las 41 Hectáreas que ocupa sobre la montaña Hongshan a 3.700 m.s.n.m., le dan una situación de privilegio dominante sobre la ciudad.
Desde la atalaya de poder que constituía este conglomerado de edificios, ejerció durante siglos, el clero budista tibetano, en general, y el Dalai Lama , en particular, un poder absoluto sobre una sociedad feudal compuesta de siervos y señores.
Tres eran los pilares sobre los que se fundamentaba dicha sociedad: La nobleza; 2% de la misma. El funcionariado; compuesto por el 3% de la población, al servicio de la mencionada nobleza. Los monasterios; formado por un ejercito de monjes, al frente de los cuales estaba un reducido número de Lamas. Y, por encima de todos, el Dalai Lama. Solo un reducido número de personas, menos de mil, eran dueñas del 93% de las riquezas del país. Eran propietarios, no solo de los rebaños, las tierras, los ríos, lagos y montañas, también les pertenecían los hombres y mujeres, ya que al ser dueños de sus almas y sus sueños, (a través de la religión) lo eran de sus cuerpos y sus vidas. Todo esto sucedía hasta finales de la primera mitad del siglo pasado. Fue este despotismo lo que sirvió de pretexto a los déspotas de Pekin para invadir el país.
Aún hoy, aprovechando las ventajas mediáticas que nos dan los actuales medios de comunicación, al consultar la web www.dalailama.com se nos aconseja, sin que por ello se ruboricen, que de ser recibido en audiencia por el Dalai Lama deberíamos inclinarnos ante él y evitar el contacto visual con el mismo.
Hoy en día el POTALA es Patrimonio de la Humanidad, declarado como tal por la UNESCO en el año 1994. Las funciones que cumple son de museo, (Las entradas para su visita hay que gestionarlas con muchos días de antelación y, en ellas van impresos el nombre y número del documento de identidad del visitante) museo interactivo, lo podríamos definir ya que en muchos de sus múltiples rincones y recovecos existen gran cantidad de capillas, imágenes de fundadores de sectas budistas, o tumbas de Lamas y Dalei Lamas, dónde peregrinos, monjes y devotos cumplen sus funciones religiosas, alimentan la lumbre de las velas con mantequilla de yak o murmuran sus interminables plegarias, sin que las autoridades de Pekin, ni sus representantes en Lhasa, ejerzan ningún tipo de presión para que estas no se lleven a cabo.
Mientras esto sucede en el interior, fuera, a lo largo de las avenidas, calles y senderos, que forman su inmenso perímetro, miles de fieles, venidos de los más apartados rincones del universo budista, giran alrededor del venerado lugar, en el sentido de las agujas del reloj, con el MALA (rosario budista) en la mano izquierda, mientras ocupan la derecha con el MANI KORLA (rueda de plegarias). Esta especie de matraca gira y gira incansablemente, como ellos mismos, en el sentido de las agujas del reloj, como si de dos universos paralelos, ¿o tal vez complementarios? se tratase. Aquí se nota una pasiva presencia policial, compuesta por postas de tres individuos, (cada 50 metros) armados con subfusiles, que situados espalda sobre espalda, se limitan a observar, a través de sus gafas oscuras, al inmenso gentío, sin intervenir en ningún momento en el devenir de esta MANI KORLA humana.
Se desprende que los cantos y plegarias de unos y otros hacen poco daño a los intereses del Partido Comunista Chino, más preocupado en controlar los hilos de las finanzas y la economía, salvajemente, capitalista que impera en el país. ¿Que daño puede hacer a un poder monolítico, como el ejercido por el APARATO del PARTIDO, un puñado de fanáticos religiosos, con mentalidad medieval, que adoran a un semi-dios que vive en la vecina India y se pasea por el mundo en jet privado, compartiendo mesa y mantel con los dirigentes del mundo, aunque sea portador del Premio Nobel de la Paz y de la Medalla del Congreso Norteamericano, mientras le llega la hora para poder reencarnarse en Dios sabe qué?
Cadenas y grilletes
Fue, sin embargo, un episodio vivido en la estación de ferrocarriles de Lhasa, lo que más honda huella ha dejado en nosotros, el recuerdo de esta ciudad.
Las estructuras de los aeropuertos y las modernas estaciones de ferrocarriles de China guardan una cierta similitud entre ellos. Tanto en unas como en otros, los controles de seguridad para personas y cosas son bastante rigurosos. Así que después de haber pasado los mismos, (dónde me requisaron un puñal usado por los temibles GURKAS, -mercenarios nepalíes del ejercito británico- que llevaba en la maleta y que venden en Nepal como soubenier) nos sentamos, a la espera de la salida de nuestro tren hacia Pekin. Del fondo de la nave vemos cómo se acerca un pequeño y compacto grupo de hombres. Al llegar a nuestra altura, observamos que en el centro del mismo va un chico joven con grilletes, tanto en la manos cómo en los pies, y uniendo ambas extremidades una cadena de respetables dimensiones. Tan desagradable equipamiento le obliga a caminar lentamente, mientras es observado por centenares de personas.
Todos sabemos lo habitual que es en China la aplicación de la pena de muerte pero, ¿Es realmente necesario «pasear» a un reo de manera tan denigrante por la sala de espera de una estación de ferrocarriles atestada de pasajeros?
La megafonía anunciando la próxima salida del tren que nos trasladará hacia el interior de este inmenso país, interrumpe mis pensamientos, ocupado en escenas medievales, para devolverme a la realidad y recordarme que la escena vivida, ni es un sueño, ni corresponde a la Edad Media.
Paco Vidal