(Viaje Austral I)
La montaña de la mesa
La andadura que comenzamos hoy nos llevará por tierras africanas. Nos encontramos en Ciudad del Cabo, donde hemos llegado, después de un largo vuelo desde España, vía Franfurt.
Las experiencias y observaciones que vivamos durante este viaje las iremos desgranando en este y sucesivos artículos para, disfrute o escarnio, de aquellos que estén dispuestos a perder su tiempo en la lectura de nuestras aventuríllas. A veces nos aburrimos tanto en casa que hasta la mas anodina de las lecturas nos resulta apta para el consumo.
Este «Viaje Austral», comienza en Ciudad del Cabo y pretendemos que la meta final sea en Cataratas Victoria. Después de haber hecho unos 5.000 ó 6.000 kilómetros a través de África del Sur, Namibia, Bobswana y Zimbawe..
Dicen que Ciudad del Cabo es una de las ciudades mas bellas del mundo, además de ser la más antigua del África Austral.
Paseando por sus barrios residenciales nos invaden una melancolía y un sosiego, difíciles de alcanzar en cualquier otra ciudad, de su tamaño e importancia. Desafortunadamente, la estandarizada arquitectura moderna -mercantilizada y ávida de conseguir el mayor volumen en la menor superficie- está invadiendo esos hermosos barrios, de calles ondulantes, debido a la orografía del terreno, compuestos por viviendas unifamiliares de uno o dos pisos, para dar paso al cristal y el hormigón.
Desde la Table Montain pueden contemplarse soberbias panorámicas, no solo de la ciudad, sino también de toda la península del Cabo.
A pesar de todo, tiene esta ciudad un encanto especial. Sus atributos naturales, como sus hermosas playas, o su emblemática Table Montain (montaña de la mesa), siguen ejerciendo una fuerte atracción sobre cualquier viajero que llegue a ella.
Desde la planicie que da nombre a la Table Montain, a la que puede ascenderse ya a pié, ora en el funicular construido para tal fin, pueden contemplarse soberbias panorámicas, no solo de la ciudad, sino también de toda la península del Cabo.
Aunque sus habitantes, sobre todo los blancos, hablan de mucha inseguridad ciudadana, y aconsejan no estar en la calle después del anochecer, a nosotros se nos antoja una ciudad como cualquier otra de sus características en cualquier otra parte del mundo. Cierto es que una de las noches que permanecimos en ella, al transitar por uno de sus barrios, nos encontramos con unos chicos negros que, no sabemos con que intención, intentaron provocarnos. De tal situación salimos con un poco de cintura y mano izquierda.
Si vas a Ciudad del Cabo…… ¡Acercate al Cabo de Buena Esperanza!
Lo realmente recomendable a cualquier visitante de Ciudad del Cabo, es que no desaproveche la ocasión de desplazarse, ya sea en vehículo propio o por medio de alguna excursión organizada, hasta el Cape Point, y el Cabo de Buena Esperanza. A este punto extremo de África se llega a través de la M-65, carretera que, a través de la península nos conduce desde Cape Town hasta ellos, situados a unos cincuenta kilómetros de la ciudad.
Estos puntos, al igual que otros, en otros tantos lugares del globo, son los imanes que tiran de nosotros, espíritos insatisfechos, y nos hacen movernos, de un imán para otro, siempre que nos lo permitan nuestras obligaciones y maltrechas economías.
Llegar a éste lugar del continente africano, subir al promontorio rocoso que lo forma, y otear la linea imaginaria que forma el encuentro de las frías aguas del Atlántico con las cálidas del Índico es un momento para vivírlo intensamente, soñar y solidarizarse con todos aquellos que, en lejanos días, circunnavegaron, con frágiles naves, este mítico lugar, desafiando la furia de los océanos.
Sin saberlo, esta nao fantasma y los hombres que la manejaban, estaban culminando, una de las gestas mas grandes de la historia de la humanidad.
¿Quien es el villano que, desde éste promontorio, no siente un sentimiento de solidaridad hacia aquel puñado de abnegados, exhaustos y harapientos hombres que, en el verano de 1522, circunnavegaban estas latitudes, ayudados solo por el astrolabio, el firmamento infinito y su sapiencia?. Nada de G.P.S., satélites, o estaciones de radio.
Estos hombres eran los 18 tripulantes de la nao VICTORIA, al frente de los cuales iba el vasco-español, (Entonces aún no había nacido Sabino Arana ni existía el P.N.V.), Juan Sebastián Elcano. Eran los supervivientes – espectros humanos- de los 265 que partiendo de Sanlucar de Barrameda, en la expedición de MAGALLANES, tres años antes, en una flotilla de cinco naves, habían ido pereciendo uno tras otro.
Sin saberlo, esta nao fantasma y los hombres que la manejaban, estaban culminando, al circunnavegar este punto, una de las gestas mas grandes de la Historia de la Humanidad.
¡Estaban terminando de dar la primera vuelta al mundo y demostrando, con ello, la redondez de la tierra!
El viento es impresionante, lo que hace que tremendas olas batan continuamente sobre las rocas que forman la costa. Bandadas de aves, formando caprichosas formaciones numéricas, sobrevuelan las embravecidas aguas, a ras de las mismas, con el fin de sortear el viento que azota continuamente tan apartado paraje.
En sus costas yacen troncos, hierbas y plantas, arrancadas de los fondos marinos o arrastradas, desde lejanas tierras, por las corrientes oceánicas.
De lo contrario, seguro que nos encontraremos el vehículo desvalijado por las manadas de monos que pululan por los alrededores.
No lejos de ambos puntos, formando triangulo con los mismos, existe un restaurante, al que se llega por una carretera asfaltada que discurre entre matorrales y arbustos poco desarrollados, debido a la inclemencia del entorno, donde se puede saborear (como es habitual en África del Sur) una exquisita carne roja acompañada de un buen caldo originario del país. Todo esto lo disfrutamos mas si, a la hora de pagar, vemos que la relación precio calidad es bastante buena.
Solo una advertencia a tener muy en cuenta. A la hora de aparcar el coche debe hacerse con sumo cuidado de que las ventanillas estén izadas y las puertas cerradas con llave. De lo contrario, seguro que nos encontraremos el vehículo desvalijado por las manadas de monos que campean por los alrededores.
Lo mismo vale mientras estemos comiendo, sobre todo si se hace en la terraza del establecimiento. Tan osados son que, aún estando a la mesa, son capaces de, en el menor descuido, arrebatarnos de la misma, comida, bebida u objetos.
Sabedora de ello, la gerencia del restaurante tiene apostados unos empleados, armados de enormes estacas, con el fin de mantener a raya a este ejercito de babuinos desvergonzados.
Aprovechando la libertad que nos da el movernos con un medio de locomoción propio (rent a car), volvemos a Ciudad del Cabo al atardecer, dejando a ambos lados de la carretera, gran cantidad de puestos, en los que se pueden adquirir gran cantidad, y a buen precio, de productos de artesanía africana.
Las primeras sombras de la noche caen sobre nosotros cuando enfilamos la Long Street, al final de la cual está nuestro hotel.
Con los albores del nuevo día partiremos hacia el río Orange en la frontera con la vecina Namibia.
Paco Vidal